domingo, 15 de agosto de 2010

DESEQUILIBRIO

Sepa usted que mi sueño, si los es, es recurrente. Camino sobre las piedras sueltas del canto de un abismo. Avanzo con cautela pero es inevitable dar el mortal tropezón, cede la roca debajo de mí y antes de comenzar a gritar despierto de un sobresalto en mi cama.

Véame o intente hacerlo, tendido sobre las sabanas, con el corazón desbaratado por el miedo y varias perlitas de sudor en la frente. Pero lo que ahora he decidido contarle me ha llevado a la frontera de lo incomprensible y usted comprobará si le ocurre lo mismo.

Una noche o madrugada, aún me es difícil recordarlo por qué no registré la hora en el reloj. Desperté antes de caer al agujero de mis pesadillas y la primera impresión de la realidad sacudió todavía más mis alterados sentidos. De la manga del pijama, de mi brazo se abrazaban fuertemente los dedos de una mano humana. Doblado el codo, el hombro y demás en el incognito.

Se recogió cuando sintió mi escalofrío, anidó la extremidad debajo de la cama. Aunque la curiosidad me quiso llevar a aquel sitio fui prudente y ni siquiera asomé la imaginación ahí donde ella estaba. Durante varios minutos intenté no moverme para no hacer crujir del catre y llamar la atención de la tenebrosa visitante de mi cuarto.

Pero no volvió sino hasta el día siguiente y al siguiente, siempre después del conmocionado despertar. Ahí estaba prendida de mi terror, otras veces, solo quedaba la tibia impresión de sus dedos en mi piel. Fue de tanto soñarla o verla realmente que pensé, contribuyeron mucho mis lecturas de demonios oníricos, tal vez sería aquella cosa la encargada de empujarme o arrastrarme cada noche al abismo.

Con la intención de ahuyentarla o mejor matar a la perturbadora diestra, ayer, guardé un cuchillo debajo de mi almohada, así apenas volví de aquel mundo, con solo ver a la intrusa mano y en una patética actitud heroica la rajé con el filo brillante. Herida pero sin llorar ni una gota de sangre se escondió en la oscura densidad de una sombra.

Hoy cerré los parpados dispuesto a soñar varias horas y sin molestias pero no sucedió nada parecido. Me dormí y de inmediato llegué al borde del infierno de intestinos negros. Haciendo equilibrios, tanteando las piedras puestas en la boca de la muerte. La gravedad aumentada y un viento misterioso estaban en contra mía, se remeció el suelo, pise mal una roca…

Y nuevamente, como ha sucedido hasta ahora, resbalé.

No apareció la salvadora mano a rescatarme en el último instante de volar sin alas a la profundidad agobiante por qué eso es lo que hacía: me salvaba asiéndome y despertándome. La caída fue indulgente desde la cima de vientos gélidos hasta la silenciosa habitación. Indulgente porque el impacto levantó la sabana para dejarla caer y cubrir decentemente el garabato espeluznante.

Respiro despacio, apenas lo hago y me acompañan el vientre, venas y cabeza exhalando sus humos íntimos. Mi dedo se desgrana en coágulos y tímidamente la misteriosa mano, como una sierva menospreciada pero fiel, roza la uña de su índice por mi palma desconsolada. Yo digo, y no se ría, con cierta esperanza: solo es un sueño, pero el dolor disminuyendo y un claro amanecer de pájaros, me dicen todo lo contrario.

viernes, 30 de abril de 2010

La Mosca

Una mosca insignificante, oscura y desquiciante. La atraparía para desalarla tiernamente de dos pellizcos en sus omóplatos.

Esta ensuciando la flor de tela con sus diminutas heces. Surte pecas en la blancura de la magnolia artificial. Viene a mi nariz para enseñorearse en la península. El insecto sibarita disfruta de los atardeceres en mi mentón descuidado de navajas y desayuna mis salivas matinales.

La aplastaría con agobiante amor entre las pulpas de mi dedo pulgar e índice. Saborearía dactilarmente su escuálido cadáver y desmenuzaría su forma hasta encontrarle el alma húmeda.

Pido a quién me escuche o escuche mis pensamientos una última descarga vital para activar mis músculos y huesos. Cómo deseo disfrutar el deshojado de sus ruidosas extremidades transparentes. Pero la cama tirana y milenaria me paraliza también los deseos con las cuerdas invisibles que me tienen entumido.

De vez en cuando aparecen personas para moverme como un mueble, mirarme larga y sospechosamente. Hacen su trabajo, indiferentes, con sorbitos de agua, paño mojado en la frente y nos vemos pronto. Sólo para la mosca soy alguien o algo interesante.

Se presenta en zumbido estereofónico, oronda, tras visitar la cocina o el inodoro, trae escozores desesperantes y bien condimentados con pelusillas de sillón, hollín de sartenes o urea de celeste porcelana.

Tengo mis ojos para observar el enmarcado escenario al que apunta mi testa rendida sobre un almohadón. Prefiero, de los pocos escenarios disponibles, mirar la puerta entreabierta e imaginar visitas a punto de entrar.

Recomendó a sus congéneres el paraíso de llagas suculentas, cabellos grasientos y refrescante incontinencia por que hoy vino con una amiga y la enamora con acrobacias aéreas, pasean encantados por donde solían ir las lagrimas y copulan en una cómoda comisura cinco estrellas.

Mi medula espinal es un circuito de neuronas colapsadas, los nervios de mi cabeza funcionan e incluso las sensaciones se intensificaron en el área facial sin embargo desde el cuello hasta los pies existe un cementerio de células nerviosas: Un páramo sensorial.

Los benevolentes sueños son largos, así desatiendo completamente a los días y a las noches. Imagino que mis visitas llegan y se van cuando estoy durmiendo, no les veo, quisiera avisarles sobre el idilio de los dípteros, puede que ella, preñada, deposite sus larvas en mi cálido tímpano.

Se suman los parientes sin demora, ayer les conocí, cinco moscas mas y una es monstruosa, enorme, tiene el vientre de color verde. El moscardón prefiere mis pestañas y consigo espantarla con abanico de pestañas pero es persistente. Se están apoderando de mi casa, mañana serán diez, después cien y el cuarto se oscurecerá en nube de bichos y todo callará ante el sonido maldito de millones de alas.

Me han olvidado a pesar de sus promesas de no hacerlo, prefirieron dejarme y esperar mi resolución de marcharme finalmente de la habitación con resignación y el único adiós de los voladores.

No soporto las patas saboreándome, sobrevolándome como buitres y torturándome con sus hazañas en mis oídos. Ciertamente triplicaron su número, es la sociedad de los moscos, generación de moscas-niños traviesos, ciudadanos, amas de casa y vejestorios que se derrumban en gastados revuelos.

Y ocurre algo sorpresivamente en la desesperación. Me exprime gotas de euforia el portentoso ruido que hacen los extraños al descolocar la puerta principal. Carrera de hombres en la sala, los escalones, el rellano, más escalones y una pesadilla en aquel cuarto.

No les conozco, pero sálvenme, espanten a esos espantos ruidosos, mátenlos con palmas, periódicos o fusiles. Extermínenlos bajo sus zapatos, déjenme buscar a su líder, le identifico, el trajo a los demás, ayúdenme a aplastarle.

Ellos no se acercan, se esconden bajo sus brazos y solapas. Me miran con vibrante repugnancia. -Debe llevar un mes muerto o más, es insoportable el olor- dice una mujer con mandil de flores. -Pobre infeliz, esta irreconocible-habla un joven de portafolios y corbata desconcertante. –Con razón los familiares no se aparecían, lo abandonaron, avisemos a la policía- concluyó el hombre gordo con la camiseta de mi equipo favorito de fútbol.

Completamente trastornado, si lo puede estar un cadáver corrupto, intento un gritito o un parpadeo para contradecirles. Tienen razón y mientras pensaba en la equivocación cósmica, el desatino de la muerte, vino a mi nariz la primera mosca. Aquella mensajera desestimada me mira directamente y disfruta la circunstancia con una silenciosa carcajada que mueve sus patas, trompa y antenas.



sábado, 20 de febrero de 2010

MUSA (reeditado)

Eres un capricho
Musa predilecta
Maravillosa hada
Cándida y coqueta.

Eres melodía.
Música traviesa
Con risas volantes
Y breves tristezas.

A veces me quieres
Y en mi pecho aprietas
Sobre el corazón
Tu tibia Silueta.

Las rosas hicieron
El color que lleva
El beso de tu boca
Y silente quema.

Tu beso es de luz
Que al alba despierta
Y cielo celeste,
Tu mirada plena.

Dime, ¿Eres real?
O sólo una idea
Delirio de amor,
Sueño de poeta…

jueves, 11 de febrero de 2010

A TUS PIES

Esperó escondido en el pórtico del templo, repasando mentalmente los versos aprendidos y el cuaderno en sus manos se estremecía. El momento era el propicio para revelar los sentimientos de su rebosante corazón. Anoche llovió y las paredes exhalaban frescura, las plantas del jardín se desprendían del rocío, los caracoles hacían camino sobre los tallos con dirección a los botones de las flores.

Al amanecer saltó la verja del rosal, cortó la rosa de un pellizco, le quitó las espinas y la empapó en perfume. Revisó la flor escondida en el pañuelo, pensaba obsequiarla o aun prenderla en la cabellera de la esperada. Aspiró el fragante aroma combinado con el pudor de los pétalos sonrosados.

Su imaginación subió ligeramente por la enredadera de los sillares, acarició el vidrio de la ventana, sopló la cortina y entró fantasmalmente en la habitación. Ella duerme en una luz, la cabeza derrama sobre la almohada sus cabellos oscuros. La boca entreabierta cuida no se escape el alma, los dos labios sin carmín, vivos, con diamantes y espadas, se mueven con el vuelo de los inesperados suspiros…

El dios travieso del amor preparó el escenario, los personajes y el público esperaba. El viento dispersó las hojas secas por la calle y junto a ellas se fueron las ideas del ilusionado y llegaron al vestido aparecido sin aviso en la vereda. La jovencita le obsequió una sonrisa, el resuelto coqueteo guió su voluntad, resolvió acercarse y decirle todo.

Deshojó torpemente algunas palabras porque la memoria le traicionó y borró su discurso fabricado en la atención de las velas y el consejo de sus novelas románticas. Los pájaros le observaban atentamente desde las ramas y piaban más fuerte para interrumpirle. La palma derecha en una delicadeza cubrió la boca, aguantó la risa todo lo posible pero los ojos y las mejillas delataron el carácter tibio de la dama. El, con sinceridad, tartamudeó: -te amo- y su declaración fue precedida por la risa desconcertante de la bella. La respuesta fue superior a la pensada bofetada o la amable negación de la supuesta e inalcanzable musa.

-Estoy a tus pies- se rindió de rodillas el devoto de la desalmada. Ella prendió sus mejillas con rubores, enojada desbarató la rosa que el enamorado acercaba a sus manos. –A tus pies- repitió y las lágrimas mojaron el ruedo del vestido. No la vio irse, solo los remaches de las lagrimas sobre los puños de su camisa.

Aquella criatura hizo del desden el filo de su arma, de su orgullo, victoria y del ingenuo poeta, trofeo de su hermosura. No fue prudente y se envaneció de la hazaña. Al desairado le asediaban sus congéneres con risillas volantes a sus espaldas y burlescas representaciones del suceso en las esquinas. -A tus pies- le gritaban y simulaban llanto y berrinches. Quemó los versos dedicados en la caja donde los guardó como tesoros y en el crepitar sintió la risa humeante de la amada y las feroces risas del mundo.

De amor nadie se muere, pero hay excepciones. La pena le apagó el hambre y la cordura. Antes del final de la estación, al mandato de su deteriorada razón durmió sobre el sepulcro de su madre, a descubierto, desabrigado y en una noche lluviosa. Su debilitado organismo por la inapetencia no venció la tos y la sofocante fiebre. El joven murió al poco tiempo. En sus pesadillas, desvaríos por la temperatura, los que estuvieron acompañándole escucharon claramente: -A tus pies- después, al revisarlo, no tenía pulso ni respiraba.

Le enterraron y dejaron la cruz y el epitafio para no olvidarlo, cruz ladeada o aspa de hierro, una marca para encontrarlo entre los muertos.

Aquel papelito voló por encima de todos, se atascó en una rendija, burlo velozmente a los polluelos, se metió entre la hojarasca, esperó su momento, escapó en una corriente, alcanzó a la enredadera y subió, ondulante, por la blanca pared. Aprovechó el espacio para el aire, se metió resoplando y sobrevoló la habitación.

La preciosa dormía bajo la luz del candil y el ruido en la ventana la sobresaltó, la cortina se agitaba y al volverse encontró en la almohada la tira de papel. Estaba ajado y sobresalían los bordes quemados. Sostenía los últimos versos de un soneto cursi y repentinamente el cuarto se enfrió con el recuerdo inminente del fallecido.

Las mejillas de la hermosa joven se apagaron, el miedo la aturdió, la sangre se revolvió en sus venas y con esas sensaciones no sintió la sabana deslizarse. Mejor dicho ceder a la fuerza del inadvertido visitante. El, con ambas manos, sujetaba la seda y la arrastraba hacia si. Resplandecieron las pantorrillas de la mujer, desamparada, con todos los gritos indispuestos.

Percibió el olor de claveles marchitos de cementerio, el de un ramo fúnebre. Frente a ella se abrieron dos ojos luminosos donde se empozó su reflejo, su hermoso rostro desfigurado por el terror. El hombre o espectro tendió la mano derecha al tobillo y raspo con la uña sucia de tierra la piel ebúrnea de la desfalleciente:

-A tus pies, por siempre, como te prometí…-

sábado, 6 de febrero de 2010

8:15 AM / AGOSTO 1944

El día antes que la bomba cayera sobre Hiroshima, el buen Hiroshi conversó con su madre. Era una noche tranquila a diferencia de noches anteriores, aquellas de luces mortales y estruendos. El cielo solía ser un avispero que espantaba los sueños pero a esa hora solo la luna redonda como nunca ceñía con luz la pared de papel de la casita.

Rezaba y ella escuchaba, separados por la flama de la vela y envueltos en el aroma del incienso. Hiroshi había cumplido treinta años y vivía en la casa que le heredaron sus padres, no tenía hermanos ni familiares en la ciudad. Estaba enamorado de Hiromi que era diez años menor y correspondía a sus sentimientos.

Mañana le propondría matrimonio, el amor no sabe de guerras se repetía y le rezaba a su madre para que el día siguiente fue el mejor de su vida.

Antes de separar las manos agradeció su buena fortuna en medio de las noticias tristes, hizo una reverencia y dejó el rincón de la venerada fotografía.

Se acostó pero no pudo dormir por la ansiedad de ver el amanecer, observaba el espacio entre la puerta y el techo para ver un rizo del sol y cuando apareció realizó su jornada matutina con prisa, después fue a visitar a Hiromi y conversaron mientras paseaban por el senderito de piedras del bosquecillo al que los enamorados iban a dedicarse palabras tiernas.

Hiromi era su primer y único amor. Como un adolescente perdía el tiempo con ella, mirándola a los ojos, acariciando la seda de sus ropas hasta el blanco de su brazo y apretando sus labios con besos puros.

Ambos eran felices en sus paseos. Llegaron hasta el seto y entonces él estaba listo para pedirle a Hiromi que sea su esposa, antes de hacerlo le llamó la atención el silencio del mundo, no habían pájaros sobre los árboles ni insectos debajo de sus pies.

El la miró a los ojos y estaba listo, ella adivinaba y apretaba la alegría del alma, sus corazones probablemente latían al unísono pero todo terminó.

No escucharon el estallido y desaparecieron en un instante.

La bomba evaporó con sus ropas y huesos, sus anhelos en corazones.

Después de tanto tiempo, cuando el viento radioactivo levanta las hojas secas de los árboles atómicos. En medio de la naturaleza que se oye como un contador geiger, se pueden oír voces, perpetuadas y distantes una de la otra , en el bosque:

doko ni iru...doko ni iru...

eternamente

miércoles, 20 de enero de 2010

martes, 19 de enero de 2010

ONE PLAYER

Presiona con desenfreno los botones rojos y verdes, la pantalla del videojuego abre y cierra sus fauces luminosas sobre él. Maniobra la palanca, patea, golpea, palmotea el tablero. Los sonidos electrónicos se dispersan sobre sus ideas, el brillo de cada puñete se pega en su retina y solo un resplandor maravilloso detiene su furia. Un grito de guerrero viene de los parlantes del aparato y apacigua sus manos.

La sonrisa, interminable curva, se abre en la cara del pequeño y a ella le precede la risa. La carcajada se ahoga entre la bulla de otras máquinas y el desquicio de otros jugadores.

-Nadie le vencerá- solían decir del último rival en el juego de los peleadores callejeros. Un general de uniforme rojo, botas marciales, rostro duro, asombrosa habilidad y poderes sobrenaturales. Contra él íbamos después de clases para hacer posible lo imposible.

Aburrido de tantos exponentes y cosecantes escapé. Más tarde de saltar la barda del colegio y antes de insertar la ficha me di cuenta del suceso milagroso. Alguien jugó, probó la victoria y marcó su record en la memoria de la consola junto a sus iniciales distinguidas y envidiables.

De los muchos sueños elaborados a esa edad siempre preferí soñar dejar mis nombres grabados en el ranking del torneo. Batir y vencer a los mejores con una sola ficha, terminar el round final con el enemigo inconciente en el suelo en medio de la ovación de anónimos y virtuales espectadores del último escenario de las luchas.

-Miren a Carlitos, esta en otra, mucho vicio- comentó el de mi costado, desatendiendo la advertencia del profesor de matemática. Carlos ojeaba el libro sin necesidad de hacerlo y sus ojos revisaban su lado derecho e izquierdo, parecía sufrir el acecho de alguien o algo invisible para los demás.

-Estaba a punto de matarlo, de ganar, lo juro por mi vida- relató en el recreo, en el baño repleto de alumnos y nosotros atendíamos aguantando las palabras porque queríamos preguntarle pero le dejamos hablar y contarnos su historia. -Jugaba como nunca, sin poderes, nada, pura técnica y le doy hasta tontearlo y cuando voy a rematarlo… me detienen unas manos que salen del televisor-

Las brillantes manos, frías como el vidrio, le impidieron realizar los movimientos y detuvieron sus dedos antes de que alcanzara los controles. El oponente se recuperó, con una magnifica combinación de puños y tacos, y venció rápidamente a Carlos, recién los fantasmales brazos desaparecieron. Con espasmódicos gritos, sofocado por el miedo, cayó al piso conmocionado.

-No le creo nada- conjuró Marcos y pescaba una mosca para quitarle las alas. Caminábamos sin percatarnos de los avisos en cada poste y cubriendo las paredes descascaradas de las calles feas por donde íbamos. No atendimos a la información de los papeles: Un muchacho de nuestra edad estaba desaparecido. Si en lugar de mirar a la chica del uniforme granate hubiera leído el comunicado, quizás identificaba los nombres o las iniciales del chico y me daba cuenta que coincidían con las del único vencedor del videojuego de los peleadores callejeros.

-Si apretas hacia abajo, luego arriba, rápido y después le das a ambos botones da un golpe especial, solo para maestros- recomendaba miguel y desperdigaba trocitos de galleta sobre los comandos del popular juego. Marcos lo hizo diestramente y consiguió una maniobra imposible según las leyes de la física pero factible en el universo de los circuitos y los chips. El oponente no pudo detener el ataque en ese plató sin gravedad y recibió la paliza mientras su barra de energía se redujo aceleradamente.

Le alentamos la voluntad, compró más fichas, y fue empecinado por otro intento al ser vencido por el gimnasta de la mascara y las cuchillas a modo de garras. Cayó el boxeador, penúltimo combatiente, y se abrió la esperada escenografía. Todos coreamos el nombre de Marcos mientras en una ráfaga eléctrica entró el general con su sangrienta indumentaria. Uno, dos, tres, comenzó a correr el reloj y también ambos a repartirse patadas extravagantes.

Todos gritamos ante el enfrentamiento, nuestro amigo ganaba, se desesperaba con los mandos de su personaje. Jalaba y empujaba la palanca, hincó sin misericordia las teclas y se remeció el armatoste. –un tinco y te haces famoso- El rival estaba a punto de caer y entonces ocurrió.

Observamos desentendidos los tentáculos radiantes que surgieron de la pantalla y germinaron en curiosas manos donde podíamos ver el paisaje artificial y a los deformados luchadores. Esas cosas atraparon a marcos, no le dejaban tocar los controles, nosotros tirábamos de él para ayudarle y no lo conseguimos.

Perdió la pelea y mucho más. Cuando el fantasma le liberó él lloraba y rezaba asustado, lo supe al percibir en el roce, su piel erizada. Nos abrazó e intento caminar, sus zapatos resbalaron, tuvimos que ayudarle y le cargamos. Al llegar a la puerta del salón miré hacia atrás y solo quedaba el rótulo chillón: El juego terminó. La maldita lápida, el odiado epitafio y la risa grotesca del retador, la burla del vencedor sin alma, pero junto a ella otra risa, aguda, la risotada de un niño.

Al crecer los recuerdos se confunden con fantasías y anécdotas, cuesta separar las ficciones, las ensoñaciones y pesadillas de los acontecimientos reales, amenos y vergonzosos. Lo que me hace temblar es confrontar la verdad porque hacerlo me consumiría en la locura.

En uno de esos recuerdos yo vuelvo a la cabina, comienzo a jugar y desde el principio reconozco a uno de los personajes cuadriculados y desatendidos del juego. Es el niño perdido. “Llevaba un polo celeste con rayas verdes, pantalón forrado con gamuza en las rodillas y zapatillas azules y si le ven llamen al siguiente número telefónico…”. Él observa las peleas como un decorado más del artificio electrónico, sin embargo esta presente en todos los pintorescos escenarios y dispuesto a impedir, en el momento final, superen su record.

miércoles, 6 de enero de 2010

ADORNO DE NAVIDAD



El circuito de luces ilumina el paisaje en miniatura donde pastan vacas, pían pollitos, balan las ovejas más blancas y quiquiriquean gallos sin cresta, descalabrados en las navidades pasadas. Una acera plomiza divide el papel manchado y conduce a los pastores a una cabañita de palos y techo de mimbre. En el umbral del hogar esperan, para contemplar el milagro, tres hombres con turbantes y obsequios. Bajo dos campanas de oro arrullan el padre y la madre al niño cubierto con un pedazo de periódico viejo porque aún no ha nacido y nadie debe verle.

Es una satisfactoria labor artística disponer cada figura, acomodar los pliegues de los papeles y dar la apariencia de pasto agreste con las arrugas en el crepé y la abundante mixtura verde. Los animales y el misterio como denominan al conjunto conformado por la sagrada familia y los reyes magos permanecen en sus capsulas, embrollos de hojas amarillas, hasta diciembre y recién les despertamos del polvo y las arañas marchitas con nuestro entusiasmo de fiesta.

Cada año mis padres y hermanos aumentan la población del nacimiento familiar. Esta vez mi madre nos emocionó con una robusta borrega amamantando a su chiquito. Mi padre presume una pareja de ciervos distintos a los demás por el trabajo depurado del artesano y las vistosas cornamentas. Mi hermana sumó a la fauna una representante autóctona, una alpaquita, la vio y no se movió del sitio ambulante sino hasta la anuencia de papa para comprar al auquénido con las alforjas.

Sin embargo, el último adorno lo consiguió mi hermano mayor. Sustrajo de su mochila un paquete y del paquete tras cortas las pitas y deshacer el envoltorio surgió el novedoso personaje.

Una figura desde Ica, desde el mismo Chauchilla, comentó mi hermano, orgulloso de engalanar la nochebuena con la antigüedad nasqueña. No pusimos en duda su originalidad y la verosimilitud de la pieza. El cazador de arcilla, así lo llamé porque al ubicarlo en el nacimiento distinguí algo parecido a un cuchillo en su cinto. No lo pensé dos veces y le di el rincón más apartado del pesebre.

Cuando el sol distrae su mirada de esta región para dar paso a las estrellas de inmediato vamos por los interruptores. Tras enchufar el cordón de la electricidad una secuencia de esferas de varios colores se encienden y las bombillas parecen los frutos brillantes del pino de plástico. Una luz bien dirigida ilumina la estancia donde esperan María y José.

Me magnetiza la magia compuesta por los bíblicos habitantes de mi sala mientras titilan las granas multicolores al compás del villancico monocorde. Me encaminaba a encender los otros artefactos de decoración de la casa cuando oí un leve, fugaz y lastimero balido. Regresé al escenario y encontré al diminuto cordero rendido en el suelo, se había caído. Era la imagen más próxima al misterioso cazador de nazca.

Recompuse al animalito sin fijarme en algo que después se convertiría en un signo ominoso. Faltaban dos días para la natividad y las preocupaciones sobre los obsequios deseados, arreglos y saludos a los familiares y amigos me hicieron olvidar el episodio. El miércoles me llamó la atención la reprimenda de mi padre contra mi hermana. Encontró a sus ciervos tendidos y uno sufrió la fractura del distintivo cuerno. Ella se llenó de lágrimas y negó haber jugado con la pareja de venados, mi padre no le dijo más, no quería enojarse y enojarla un día antes de la víspera de navidad.

A pesar de mi tendenciosa fantasía aún no acusaba a mi principal sospechoso. Le observé y descubrí rasgos feroces en él. La pintura sobre la cerámica no ocultaba los relieves significativos. Un colmillo apretaba el labio inferior y sus fosas nasales estaban hinchadas, parecía oler el aire como una fiera.

El veinticuatro de diciembre hallé nuevas victimas. Eran tres los vencidos animalitos de yeso: un conejo, una vaca y una gallina. Al erguir a la simpática liebre, una de mis favoritas, vi una delgadísima línea roja sobre su espalda y acusé con la mirada al hombrecillo con el arma en la cintura. El los mató.

La misma marca se localizaba en el pelambre, plumas y lanas de los que habían sido abatidos anteriormente. Se habría paso en dirección hacia la casita donde nacería el niño dios. Al ritmo al que avanzaba el desenterrado del cementerio de Chauchilla estaría cerca de la medianoche bajo la radiante estrella de papel aluminio que cruzaba el cielo de cartón jaspeado.

Busqué el martillo de papá para detener la cacería pero al recoger la herramienta mi madre me tomó del brazo, me ordenó vestirme con prisa para salir. Con mis siete años las calles me deslumbraron con sus inmensos árboles vestidos de escarcha, los juguetes con sus corazones de litio invadieron las veredas y la gente en marejada se desplazaba con regalos. En un par de minutos de autos a control remoto, soldados rampantes y robots destellantes olvidé mi principal preocupación.

Después de las últimas compras, cansados de caminar supuse volveríamos sin más demora. No contaba con el plan de mis padres: Me dejaron junto a mi hermana en la parroquia local para escuchar la misa.

Ya sonreía la luna encima de nosotros, mi hermana iba botando la pelota y yo llevaba de una pata al oso que nos obsequiaron después de la ceremonia. Planeé entre la eucaristía y el último padre nuestro encerrar al desalmado asesino en el armario, bajo las camisas de papá. No efectué mi estrategia, de inmediato y desatendiendo a mi súplica, mi padre nos llevó a dormir para despertar y estar sin sueño el primer minuto de la navidad. No me dormiré, repetía mentalmente entre las sabanas y sin darme cuenta cerré los parpados hasta el estallido alegre de una bombarda. Solo faltaban diez minutos para el veinticinco de diciembre.

La noche siempre silente y oscura debió enardecerse ante la claridad y el ruido de la animosa gente. De todas partes saltaban sonrisas y los vehículos pasaban emitiendo bocinazos. Se abrieron flores maravillosas en el espacio, rosas y margaritas, de fuegos artificiales. El olor de la pólvora consumida hacia toser, entre tanto humo aparecieron los abrazos bien dados y desde la estancia venia la voz del locutor de radio: -Feliz Navidad- gritaba sobre la versión en cumbia del burrito sabanero.

Comprobaba los neumáticos de un ruidoso auto patrulla sobre la mesa cuando me llegó el miedo en forma de escalofrió. -Olvidaron descubrir al niño- dijo mi mamá después del brindis con champagne. Ella misma recogió el retazo de periódico avejentado, me acerqué temerosamente hasta donde retozaba el recién nacido e imaginaba ver la palidez de la muerte en su semblante. Sus padres tendrían felicidad o una horrorosa pena en sus rostros de yeso.

Acuné al pequeño en mis manos para revisarlo, mi hermana me ayudaba alumbrándome con los chisporroteos de sus luces de bengala. El niño de mejillas sonrosadas no revelaba ninguna marca o herida en el cuerpo. Le devolví a la camita de algodón en medio de un silente festejo. –Tomen caliente el chocolate- recomendó mi mama y disfruté el tibio aroma como nunca antes.

Llegó el tiempo de regresar a las cajas, los colgantes, el árbol, todos los objetos de la celebración, incluso los indeseables. Envolvía con incertidumbre a los rescatados y con tristeza a las figuras marcadas por el sanguinario. Un pastor situado muy cerca de cristo en la representación enseñaba en el cuello la saña del diminuto cuchillo. Impedí su acecho por ahora pero no seria suficiente y lo comprobaría.

-No deben jugar con estas cosas, a éste lo encontré en el cajón de mis camisas, son adornos delicados, envuélvelo y guárdalo con cuidado-. Ordenó mi padre y dejó el frío objeto en mis manos. Tomé al cazador, era la primera vez que lo sostenía, le puse el sudario, la sección de policiales, no aguante y lo estrujé dentro del papel.

El continuaría haciéndolo la siguiente festividad y un diciembre llegaría hasta el niño y no le dejaría nacer. Sentí un fuerte pellizco en la palma, desbarate el envoltorio y solté la figura de arcilla. Se quebró en cinco fragmentos y una arenilla negra se esparció en el piso. A aquel desastre le persiguió una gota de sangre, venia de mi herida, de la última firma del derrotado cazador.

martes, 29 de diciembre de 2009

MILAGRO EN EL DISTRITO 9



Después de soportar varios intentos de película, en realidad descalabrados hijos de la ciencia ficción, un primerizo director sudafricano nos devuelve el entusiasmo por el género. Y es que no son suficientes las apabullantes explosiones y las CGI (imágenes creadas por computadora) a diestra y siniestra, también se requiere talento para confeccionar y narrar una historia. Con el combustible de una publicidad eficiente apareció flotando sobre la expectación de los cinéfilos y la curiosidad de otros, la ópera prima de Neill Blomkamp: Distrito 9.

Tenemos naves, alienígenas, un héroe redimido, humanos buenos y otros muy malos. Los ingredientes imprescindibles para el concierto habitual al que estamos acostumbrados cuando aparece en cartelera un film taquillero y plano. Pero el novato director nos muestra su arrebatadora versión de un encuentro del tercer tipo, demasiado cercano. En 1982 aparece un colosal y misterioso transporte y queda gravitando sobre una ciudad de Sudáfrica: Johannesburgo. Ante el temor y atención del planeta, se realiza la incursión para encontrar tras las aleaciones del Ovni a unas criaturas intimidatorias en apariencia pero realmente enfermas y debilitadas por la falta de alimento.

Conocemos lo acontecido en los ochenta a través del documental urdido por Blomkamp y guionistas, así nos comprometen con aquellos visitantes rescatados y dispuestos en la periferia de la metrópoli, el distrito 9. Con el pasar de los años aumenta la población, los millones viven hacinados en casuchas, reciclan comida de las lomas de basura, sin los servicios primordiales y bajo el imperio de las bandas nigerianas.

El tiempo ha mutado el miedo de sus vecinos humanos en hartazgo y odio. No los quieren junto a ellos. “Si fueran de otro país los entendería pero son de otro mundo” comenta un ciudadano en el documental mientras el informativo visual nos muestra carteles en las calles prohibiendo el ingreso a los langostinos, así llaman a los marginados provenientes del espacio.

Déjà vu y se nos vienen a la mente el Apartheid y aquella frase: “Solo los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla”. A mediados del siglo XX, y esto no es ficción, la segregación racial en Sudáfrica fue reglamentada. La gente negra y de otras etnias, distintos en piel a los colonos holandeses, tenían restringidos los servicios de salud, educación y transporte. Este gran grupo humano no podía acceder a determinados lugares y vivían en distritos degradados sin paso a los distritos de blancos por el intolerante racismo. Esta secuencia vergonzosa de la historia humana se refleja en la intolerancia de una especie contra otra dentro del film.

Ante la presión social las autoridades deciden reubicar a los extraterrestres que superan el millón y medio de habitantes y trasladarlos a una zona apartada de la ciudad. Para el trabajo contratan los servicios de Multi-National United (MNU) y el operativo es encomendado al empleado Wikus van de Merwe. Certeramente, el documental que observamos en los primeros minutos es un retrospectiva para fortalecer la historia de supuesta traición de Wikus contra la raza humana y mientras tanto nos acecha la incertidumbre sobre las causas del delito del fervoroso cordero de multinacional y qué pasó con él porque sus padres en entrevista comentan su desaparición. El personaje que interpreta Sharlto Copley es un hombre devoto de la rutina y el trabajo, enamoradísimo de su esposa, servil y casual canalla, burócrata y peón de una civilización desalmada, deseoso de volver a casa cada día satisfecho de su insignificancia y primitiva felicidad.

Comienza el desalojo, los funcionarios con las formas en las manos y guardados por mercenarios consiguen la surrealista aceptación de los Aliens para ser reubicados. A cada anónimo poblador del distrito se le otorga nombres y apellidos para darle legalidad a la actividad. Se combinan las imágenes de las cadenas de televisión apostadas en el perímetro y sobrevolando el área, también participa la cámara del documentalista de MNU y presentan sus ángulos dislocados las cámaras de seguridad del sector 9, y se relata a manera de testimonio omnipresente la jornada. La crítica hacia las inhumanas corporaciones corroe la pantalla a cada instante. El verdadero interés de MNU son las avanzadas armas alienígenas pero inútiles para los hombres por su funcionamiento solo con registros de ADN de la especie visitante.

Wikus remontará su estado larvario semejante al de las criaturas en su fase primera para dignificarse. Al allanar una casa encuentra un recipiente y al manipularlo recibe el rocío de un líquido oscuro en el rostro. En ese momento la película deja de lado las secuencias con cámaras presentes ocasionalmente para dar paso a una visión invasora de lo que ocurre. El protagonista presenta síntomas de infección, en el hospital al quitarle las vendas de la mano izquierda aparecen en lugar de dedos grotescas tenazas. Ha comenzado la metamorfosis de su cuerpo y mente. Una conllevará a la desesperación, dejando sobre la piel lo peor del individuo.

Huirá antes de ser despedazado por la corporación porque es capaz de manejar armamento extraterrestre por su recientemente adquirido ADN híbrido. En las televisoras, al mejor estilo de los regimenes opresores, le acusarán de infectado consiguiendo su desesperación y el rechazo de su familia y sociedad. Se esconderá en el distrito de la especie oprimida donde Obesandjo el líder de los nigerianos, proveedor de carne roja, comida de gato y prostitutas humanas deseara obtener el brazo de Wikus.

Siguiendo la directiva imperecedera desde la bomba atómica: quien tenga la mejor arma dominará a los demás. Apretar el gatillo de las poderosas pistolas, rifles y cañones será la motivación para ir contra aquellos aspirantes a vivir con dignidad e incluso solo a sobrevivir. La corporación les persigue con sus ejércitos privados con todo el derecho que pueden otorgar las leyes. El monstruo opresor tiene varias caras. La superchería africana manda devorar la carne del bravo enemigo para atrapar su fuerza. Obesanjo quiere engullir la mano de Wikus para asimilar su capacidad de maniobrar la nueva tecnología.

El destino guionizado conseguirá la unión y compromiso de Wikus, Christopher Johnson (bautizado así por la MNU) y su pequeño hijo, quienes deberán recuperar el envase con el combustible para la nave subterránea. El primero lo hace para salvarse, por la cura que le promete su amigo alienígena y volver a abrazar a su esposa. Christopher ansia regresar a su hogar y después de saber las atrocidades que cometen contra sus congéneres lo motivará el principio que corona a las criaturas pensantes: el respeto. En marco de escenas vertiginosas robaran el frasco salpicando al espectador con sangre y humor negro. Wikus desesperado al verse cada hora más “langostino” que hombre tendrá que hacer un acto vil para refrendarnos con su cobardía nuestras debilidades y satisfacernos con su martirio y posterior heroísmo.

Como los antiguos caballeros medievales enfundados en sus nobles armaduras pero para adaptarse al contexto se trata de un sofisticado traje de bioingeniería que utilizara el renacido protagonista y a voluntad de su corazón y ordenes de su cerebro ira al rescate de su amigo. En espectaculares minutos se produce un enfrentamiento sanguinario, futurista, metálico y resonante, pero con sabor a épico y apoteósico.

Termina como empezó, con retazos de un documental que pretende responder las consecuencias de lo que vimos. Se hace uso de elementos de la ciencia ficción pero detrás del ecran, la radiografía de las imágenes nos interpone las cicatrices de nuestra raza: intolerancia, conformidad, racismo, indiferencia, belicosidad y demás taras del alma. Detrás de un final confortable perdura un buen rato la idea de si aquello fue un pretexto para aleccionarnos en historia, comunicarnos el poder de ciertos grupos con demasiados derechos, corregirnos el latente racismo o el pretexto fue la historia para el despliegue de talento y la manufactura de la mejor película de ciencia ficción de los últimos años. Sea como fuere salimos ganando en todos los aspectos.

lunes, 2 de noviembre de 2009

DIA DE MUERTOS 1
















DIA DE MUERTOS 2
















EL TERROR TAMBIEN USA KIMONO







Acostumbrados al miedo en su forma tradicional, me refiero a aquellos horrores con sabanas blancas con agujeros para ver hasta las tímidas apariciones de la romántica Mónica que cada aniversario de su fallecimiento deja la tumba para ir a bailar entre los vivos, creemos saber todo sobre ellos pero hemos descubierto un nuevo repertorio de espantos dentro de las leyendas urbanas japonesas, de sus peculiares caracteristicas supimos con la moda del cine de terror oriental.
SONRISA DE MUJER

Recuerda a la misteriosa chica que deambula por las carreteras a espera de ser recogida para darle fin a su historia en una curva del camino. Los japoneses tienen su propia versión. Una Joven con una mascarilla, nada inusual en este tiempo de gripes mortales, sube a un taxi y el conductor al revisar el espejo del retrovisor se da cuenta de los hermosos ojos que tiene la pasajera.

-¿Soy hermosa?- Pregunta inesperadamente y él asiente. Algo distrae al taxista y al volver la mirada hacia atrás, ella se ha desprendido la mascara y una sonrisa se abre en su cara, una sonrisa que va de oreja a oreja por los enormes cortes que se observan. La desfigurada repite la misma pregunta: -¿Soy hermosa?- mientras de la oscuridad emerge su mano con dos tijeras. Si la respuesta es afirmativa, Kuchisake Onna que así se llama la dama, te hará los mismos tajos, pero si la respuesta es negativa te asesinará sin pensarlo dos veces. Con ella no hay pierde.

La fuerza o energía que motiva a los fantasmas orientales es la venganza, un rencor que supera a la muerte y se manifiesta contundentemente, casi como un puñete en el estomago y no como un viento frió sobre el brazo. La leyenda sobre la fémina de las tijeras proviene del periodo Heian, la concubina de un samurai solía coquetear con otros hombres y un día el esposo, más celoso de lo habitual, desenvaina su espada y de un tajo le desgarra las comisuras. Viendo a la malherida sólo se burla: ¿Quién va pensar que eres bella ahora?

Curiosamente los espantos asiáticos son femeninos, ellas llevan kimono blanco abrochado al revés y sobre el rostro un pañuelo del mismo color. No suelen ser anónimos como en occidente porque a la aparición siempre le precede un ruido singular y los espíritus dan a conocer el nombre que tuvieron en vida.

¿QUIEN ESTA EN EL BAÑO?

En estas latitudes los adolescentes se suelen provocar para atreverse y convocar a la letal Verónica pronunciando nueve veces su nombre frente a un espejo; de la misma manera los estudiantes nipones pueden llamar a la vengativa Hanako San. El púber espectro habita en los baños de los institutos, exactamente detrás de la puerta del asiento numero cuatro de los servicios higiénicos, a la espera de una visitante. Ahí permanecerá eternamente la pobre Hanako que se habría suicidado después de que el novio terminara con ella. También se puede invocarla, llamándola insistentemente para jugar y ella te ofrecerá una casaca roja. Si la aceptas, te bañara en sangre. Tal vez tu propia sangre.
Un cabello largo, negro y sedoso que bien luciría una bella modelo en cualquier comercial de shampoo caracteriza a las protagonistas de los filmes de terror. Cabellos mojados que ocultan la mirada turbulenta de Sadako (Ringu-El Aro) o hebras flotantes que se mueven malignamente y sirven a Kayako como instrumento para matar (Ju-On-La Maldición). La ancestral cultura guarda la creencia sobre el cabello y que este tiene alma propia, por eso tendría movimientos independientes, además que se alimenta de los recuerdos y por ello continua creciendo después de la muerte.

OUIJA NIPONA

Alguna vez se hizo popular la práctica de la Ouija, incluso se vendieron tableros como si se trataran de juguetes que podrían obsequiarse en las fiestas de cumpleaños. En el territorio del sol naciente también existe un juego parecido por no decir igual a la Ouija. El Kokkuri San requiere una tabla o un papel donde se graban o escriben los números de 0 a 9 de forma vertical, el alfabeto Hiragana, Hai (Si) y Iie (No) y el símbolo de los templos sintoístas (Torii). Los participantes deben poner sus dedos sobre una moneda de diez yenes y hacer la pregunta que deseen. Para que el espíritu no quede atrapado en las objetos que se utilizaron debe quemarse el papel o el tablero y gastarse los diez yenes.

DESCARADO

Los arequipeños caminamos con cierto temor por la Plaza de Armas, cuando la noche y el frío han despoblado las calles y puede ser que tropecemos con el franciscano sin cabeza que deambula por los alrededores de la Catedral. Mientras en el otro extremo del océano Pacifico vaga el Nopperabo, una persona que viste ropas sencillas y camina con la cabeza inclinada. Si alguien pasa a su lado y le saluda, el Nopperabo levanta la cabeza y te muestra una cara sin ojos, nariz, ni boca. Recibes el susto de tu vida.

Ahora usted conoce a los espantos más populares que habitan en las tierras de las geishas, el sushi y el anime. El miedo no tiene fronteras, por el contrario se adapta a los colores de cada cultura para reinventarse y escurrirse con facilidad por la medula de la gente, de esta manera, convertirse sobre la piel en maravilloso escalofrío.