domingo, 20 de julio de 2008

El robot que todos llevamos dentro


Esta es la primera impresión de una singular película de animación que vi hace algunas horas. Seguramente las ganas de escribir un comentario surgen del incomparable aprecio por lo visto y disfrutado, por el exquisito placer que todavía circula desde los ojos hasta el alma y desde el primer al último fotograma y aún después. Si me apuro con este texto es por la emoción de haber encontrado una película superior hasta las lágrimas. Recuerdo que me dijeron que los hombres nos aguantamos el llanto cuando una película nos conmueve, esto por un orgullo insano. Ayer el sentimiento me derrumbó los ojos a pesar de tener una actitud bien adiestrada para esos momentos.
Haré lo posible para no dar muchos detalles del film y no disminuir su deseo de ir al cine o comprar la copia. Wall-e (hual-i) es un robot, único y funcional en su clase que tiene la labor de limpiar el planeta. La máquina es una pequeña compactadora de desechos que apila cubos de basura a diario mientras en una lonchera guarda los objetos que le causan interés.
En la soledad de un mundo arruinado por la contaminación wall-e dejó de ser un artefacto programado y “vive” para cumplir con su natural curiosidad de descubrir y encontrar. Al principio, la ausencia de un narrador que explique lo que vemos se extraña por la costumbre adquirida en tantas otras películas, pero la sensación desaparece a los segundos para así disfrutar del mejor homenaje al cine mudo.
El pequeño rodante al final de cada jornada regresa a su hogar y en su alegre rutina coloca una cinta en el reproductor VHS para ver la película “Hello Dolly”. Wall-e observa con atención a los personajes en la pantalla y reconoce un destello, un anhelo que no disimulan el metal y los pernos mientras los protagónicos de “Hello Dolly” pasean de la mano.
Personalmente, el sueño de Wall-E de poder entrelazar sus frías prensas metálicas a otras, en el caso humano: recoger la mano de la mujer amada, este símbolo es el sello de la película, porque es el síntoma de un primer amor: ingenuo, iluso pero mágico. También es símbolo de la necesaria solidaridad entre los hombres, del repentino descubrimiento de la caricia cuando de alguna manera tropiezan dos manos. Es remedio, calida esperanza y unión.
El robot de enternecedores receptores oculares conocerá a una sistemática, esquiva y bella máquina que lo “bombardea” con emociones y Wall-E prevalece en su idilio a prueba de cortos circuitos.
Aquí me quedo, con ganas infantiles de contar más, pero con la consideración correspondiente a mis amigos y ocasionales lectores. Obviamente mi recomendación esta entre líneas para que ustedes vean la película animada de nombre Wall-E y me reprendan por equivocarme o, con mayor seguridad, se conmuevan y diviertan con un seguro clásico moderno. En palabras mayores: Es una muy buena película, tienen que verla.