viernes, 30 de abril de 2010

La Mosca

Una mosca insignificante, oscura y desquiciante. La atraparía para desalarla tiernamente de dos pellizcos en sus omóplatos.

Esta ensuciando la flor de tela con sus diminutas heces. Surte pecas en la blancura de la magnolia artificial. Viene a mi nariz para enseñorearse en la península. El insecto sibarita disfruta de los atardeceres en mi mentón descuidado de navajas y desayuna mis salivas matinales.

La aplastaría con agobiante amor entre las pulpas de mi dedo pulgar e índice. Saborearía dactilarmente su escuálido cadáver y desmenuzaría su forma hasta encontrarle el alma húmeda.

Pido a quién me escuche o escuche mis pensamientos una última descarga vital para activar mis músculos y huesos. Cómo deseo disfrutar el deshojado de sus ruidosas extremidades transparentes. Pero la cama tirana y milenaria me paraliza también los deseos con las cuerdas invisibles que me tienen entumido.

De vez en cuando aparecen personas para moverme como un mueble, mirarme larga y sospechosamente. Hacen su trabajo, indiferentes, con sorbitos de agua, paño mojado en la frente y nos vemos pronto. Sólo para la mosca soy alguien o algo interesante.

Se presenta en zumbido estereofónico, oronda, tras visitar la cocina o el inodoro, trae escozores desesperantes y bien condimentados con pelusillas de sillón, hollín de sartenes o urea de celeste porcelana.

Tengo mis ojos para observar el enmarcado escenario al que apunta mi testa rendida sobre un almohadón. Prefiero, de los pocos escenarios disponibles, mirar la puerta entreabierta e imaginar visitas a punto de entrar.

Recomendó a sus congéneres el paraíso de llagas suculentas, cabellos grasientos y refrescante incontinencia por que hoy vino con una amiga y la enamora con acrobacias aéreas, pasean encantados por donde solían ir las lagrimas y copulan en una cómoda comisura cinco estrellas.

Mi medula espinal es un circuito de neuronas colapsadas, los nervios de mi cabeza funcionan e incluso las sensaciones se intensificaron en el área facial sin embargo desde el cuello hasta los pies existe un cementerio de células nerviosas: Un páramo sensorial.

Los benevolentes sueños son largos, así desatiendo completamente a los días y a las noches. Imagino que mis visitas llegan y se van cuando estoy durmiendo, no les veo, quisiera avisarles sobre el idilio de los dípteros, puede que ella, preñada, deposite sus larvas en mi cálido tímpano.

Se suman los parientes sin demora, ayer les conocí, cinco moscas mas y una es monstruosa, enorme, tiene el vientre de color verde. El moscardón prefiere mis pestañas y consigo espantarla con abanico de pestañas pero es persistente. Se están apoderando de mi casa, mañana serán diez, después cien y el cuarto se oscurecerá en nube de bichos y todo callará ante el sonido maldito de millones de alas.

Me han olvidado a pesar de sus promesas de no hacerlo, prefirieron dejarme y esperar mi resolución de marcharme finalmente de la habitación con resignación y el único adiós de los voladores.

No soporto las patas saboreándome, sobrevolándome como buitres y torturándome con sus hazañas en mis oídos. Ciertamente triplicaron su número, es la sociedad de los moscos, generación de moscas-niños traviesos, ciudadanos, amas de casa y vejestorios que se derrumban en gastados revuelos.

Y ocurre algo sorpresivamente en la desesperación. Me exprime gotas de euforia el portentoso ruido que hacen los extraños al descolocar la puerta principal. Carrera de hombres en la sala, los escalones, el rellano, más escalones y una pesadilla en aquel cuarto.

No les conozco, pero sálvenme, espanten a esos espantos ruidosos, mátenlos con palmas, periódicos o fusiles. Extermínenlos bajo sus zapatos, déjenme buscar a su líder, le identifico, el trajo a los demás, ayúdenme a aplastarle.

Ellos no se acercan, se esconden bajo sus brazos y solapas. Me miran con vibrante repugnancia. -Debe llevar un mes muerto o más, es insoportable el olor- dice una mujer con mandil de flores. -Pobre infeliz, esta irreconocible-habla un joven de portafolios y corbata desconcertante. –Con razón los familiares no se aparecían, lo abandonaron, avisemos a la policía- concluyó el hombre gordo con la camiseta de mi equipo favorito de fútbol.

Completamente trastornado, si lo puede estar un cadáver corrupto, intento un gritito o un parpadeo para contradecirles. Tienen razón y mientras pensaba en la equivocación cósmica, el desatino de la muerte, vino a mi nariz la primera mosca. Aquella mensajera desestimada me mira directamente y disfruta la circunstancia con una silenciosa carcajada que mueve sus patas, trompa y antenas.