martes, 29 de diciembre de 2009

MILAGRO EN EL DISTRITO 9



Después de soportar varios intentos de película, en realidad descalabrados hijos de la ciencia ficción, un primerizo director sudafricano nos devuelve el entusiasmo por el género. Y es que no son suficientes las apabullantes explosiones y las CGI (imágenes creadas por computadora) a diestra y siniestra, también se requiere talento para confeccionar y narrar una historia. Con el combustible de una publicidad eficiente apareció flotando sobre la expectación de los cinéfilos y la curiosidad de otros, la ópera prima de Neill Blomkamp: Distrito 9.

Tenemos naves, alienígenas, un héroe redimido, humanos buenos y otros muy malos. Los ingredientes imprescindibles para el concierto habitual al que estamos acostumbrados cuando aparece en cartelera un film taquillero y plano. Pero el novato director nos muestra su arrebatadora versión de un encuentro del tercer tipo, demasiado cercano. En 1982 aparece un colosal y misterioso transporte y queda gravitando sobre una ciudad de Sudáfrica: Johannesburgo. Ante el temor y atención del planeta, se realiza la incursión para encontrar tras las aleaciones del Ovni a unas criaturas intimidatorias en apariencia pero realmente enfermas y debilitadas por la falta de alimento.

Conocemos lo acontecido en los ochenta a través del documental urdido por Blomkamp y guionistas, así nos comprometen con aquellos visitantes rescatados y dispuestos en la periferia de la metrópoli, el distrito 9. Con el pasar de los años aumenta la población, los millones viven hacinados en casuchas, reciclan comida de las lomas de basura, sin los servicios primordiales y bajo el imperio de las bandas nigerianas.

El tiempo ha mutado el miedo de sus vecinos humanos en hartazgo y odio. No los quieren junto a ellos. “Si fueran de otro país los entendería pero son de otro mundo” comenta un ciudadano en el documental mientras el informativo visual nos muestra carteles en las calles prohibiendo el ingreso a los langostinos, así llaman a los marginados provenientes del espacio.

Déjà vu y se nos vienen a la mente el Apartheid y aquella frase: “Solo los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla”. A mediados del siglo XX, y esto no es ficción, la segregación racial en Sudáfrica fue reglamentada. La gente negra y de otras etnias, distintos en piel a los colonos holandeses, tenían restringidos los servicios de salud, educación y transporte. Este gran grupo humano no podía acceder a determinados lugares y vivían en distritos degradados sin paso a los distritos de blancos por el intolerante racismo. Esta secuencia vergonzosa de la historia humana se refleja en la intolerancia de una especie contra otra dentro del film.

Ante la presión social las autoridades deciden reubicar a los extraterrestres que superan el millón y medio de habitantes y trasladarlos a una zona apartada de la ciudad. Para el trabajo contratan los servicios de Multi-National United (MNU) y el operativo es encomendado al empleado Wikus van de Merwe. Certeramente, el documental que observamos en los primeros minutos es un retrospectiva para fortalecer la historia de supuesta traición de Wikus contra la raza humana y mientras tanto nos acecha la incertidumbre sobre las causas del delito del fervoroso cordero de multinacional y qué pasó con él porque sus padres en entrevista comentan su desaparición. El personaje que interpreta Sharlto Copley es un hombre devoto de la rutina y el trabajo, enamoradísimo de su esposa, servil y casual canalla, burócrata y peón de una civilización desalmada, deseoso de volver a casa cada día satisfecho de su insignificancia y primitiva felicidad.

Comienza el desalojo, los funcionarios con las formas en las manos y guardados por mercenarios consiguen la surrealista aceptación de los Aliens para ser reubicados. A cada anónimo poblador del distrito se le otorga nombres y apellidos para darle legalidad a la actividad. Se combinan las imágenes de las cadenas de televisión apostadas en el perímetro y sobrevolando el área, también participa la cámara del documentalista de MNU y presentan sus ángulos dislocados las cámaras de seguridad del sector 9, y se relata a manera de testimonio omnipresente la jornada. La crítica hacia las inhumanas corporaciones corroe la pantalla a cada instante. El verdadero interés de MNU son las avanzadas armas alienígenas pero inútiles para los hombres por su funcionamiento solo con registros de ADN de la especie visitante.

Wikus remontará su estado larvario semejante al de las criaturas en su fase primera para dignificarse. Al allanar una casa encuentra un recipiente y al manipularlo recibe el rocío de un líquido oscuro en el rostro. En ese momento la película deja de lado las secuencias con cámaras presentes ocasionalmente para dar paso a una visión invasora de lo que ocurre. El protagonista presenta síntomas de infección, en el hospital al quitarle las vendas de la mano izquierda aparecen en lugar de dedos grotescas tenazas. Ha comenzado la metamorfosis de su cuerpo y mente. Una conllevará a la desesperación, dejando sobre la piel lo peor del individuo.

Huirá antes de ser despedazado por la corporación porque es capaz de manejar armamento extraterrestre por su recientemente adquirido ADN híbrido. En las televisoras, al mejor estilo de los regimenes opresores, le acusarán de infectado consiguiendo su desesperación y el rechazo de su familia y sociedad. Se esconderá en el distrito de la especie oprimida donde Obesandjo el líder de los nigerianos, proveedor de carne roja, comida de gato y prostitutas humanas deseara obtener el brazo de Wikus.

Siguiendo la directiva imperecedera desde la bomba atómica: quien tenga la mejor arma dominará a los demás. Apretar el gatillo de las poderosas pistolas, rifles y cañones será la motivación para ir contra aquellos aspirantes a vivir con dignidad e incluso solo a sobrevivir. La corporación les persigue con sus ejércitos privados con todo el derecho que pueden otorgar las leyes. El monstruo opresor tiene varias caras. La superchería africana manda devorar la carne del bravo enemigo para atrapar su fuerza. Obesanjo quiere engullir la mano de Wikus para asimilar su capacidad de maniobrar la nueva tecnología.

El destino guionizado conseguirá la unión y compromiso de Wikus, Christopher Johnson (bautizado así por la MNU) y su pequeño hijo, quienes deberán recuperar el envase con el combustible para la nave subterránea. El primero lo hace para salvarse, por la cura que le promete su amigo alienígena y volver a abrazar a su esposa. Christopher ansia regresar a su hogar y después de saber las atrocidades que cometen contra sus congéneres lo motivará el principio que corona a las criaturas pensantes: el respeto. En marco de escenas vertiginosas robaran el frasco salpicando al espectador con sangre y humor negro. Wikus desesperado al verse cada hora más “langostino” que hombre tendrá que hacer un acto vil para refrendarnos con su cobardía nuestras debilidades y satisfacernos con su martirio y posterior heroísmo.

Como los antiguos caballeros medievales enfundados en sus nobles armaduras pero para adaptarse al contexto se trata de un sofisticado traje de bioingeniería que utilizara el renacido protagonista y a voluntad de su corazón y ordenes de su cerebro ira al rescate de su amigo. En espectaculares minutos se produce un enfrentamiento sanguinario, futurista, metálico y resonante, pero con sabor a épico y apoteósico.

Termina como empezó, con retazos de un documental que pretende responder las consecuencias de lo que vimos. Se hace uso de elementos de la ciencia ficción pero detrás del ecran, la radiografía de las imágenes nos interpone las cicatrices de nuestra raza: intolerancia, conformidad, racismo, indiferencia, belicosidad y demás taras del alma. Detrás de un final confortable perdura un buen rato la idea de si aquello fue un pretexto para aleccionarnos en historia, comunicarnos el poder de ciertos grupos con demasiados derechos, corregirnos el latente racismo o el pretexto fue la historia para el despliegue de talento y la manufactura de la mejor película de ciencia ficción de los últimos años. Sea como fuere salimos ganando en todos los aspectos.

lunes, 2 de noviembre de 2009

DIA DE MUERTOS 1
















DIA DE MUERTOS 2
















EL TERROR TAMBIEN USA KIMONO







Acostumbrados al miedo en su forma tradicional, me refiero a aquellos horrores con sabanas blancas con agujeros para ver hasta las tímidas apariciones de la romántica Mónica que cada aniversario de su fallecimiento deja la tumba para ir a bailar entre los vivos, creemos saber todo sobre ellos pero hemos descubierto un nuevo repertorio de espantos dentro de las leyendas urbanas japonesas, de sus peculiares caracteristicas supimos con la moda del cine de terror oriental.
SONRISA DE MUJER

Recuerda a la misteriosa chica que deambula por las carreteras a espera de ser recogida para darle fin a su historia en una curva del camino. Los japoneses tienen su propia versión. Una Joven con una mascarilla, nada inusual en este tiempo de gripes mortales, sube a un taxi y el conductor al revisar el espejo del retrovisor se da cuenta de los hermosos ojos que tiene la pasajera.

-¿Soy hermosa?- Pregunta inesperadamente y él asiente. Algo distrae al taxista y al volver la mirada hacia atrás, ella se ha desprendido la mascara y una sonrisa se abre en su cara, una sonrisa que va de oreja a oreja por los enormes cortes que se observan. La desfigurada repite la misma pregunta: -¿Soy hermosa?- mientras de la oscuridad emerge su mano con dos tijeras. Si la respuesta es afirmativa, Kuchisake Onna que así se llama la dama, te hará los mismos tajos, pero si la respuesta es negativa te asesinará sin pensarlo dos veces. Con ella no hay pierde.

La fuerza o energía que motiva a los fantasmas orientales es la venganza, un rencor que supera a la muerte y se manifiesta contundentemente, casi como un puñete en el estomago y no como un viento frió sobre el brazo. La leyenda sobre la fémina de las tijeras proviene del periodo Heian, la concubina de un samurai solía coquetear con otros hombres y un día el esposo, más celoso de lo habitual, desenvaina su espada y de un tajo le desgarra las comisuras. Viendo a la malherida sólo se burla: ¿Quién va pensar que eres bella ahora?

Curiosamente los espantos asiáticos son femeninos, ellas llevan kimono blanco abrochado al revés y sobre el rostro un pañuelo del mismo color. No suelen ser anónimos como en occidente porque a la aparición siempre le precede un ruido singular y los espíritus dan a conocer el nombre que tuvieron en vida.

¿QUIEN ESTA EN EL BAÑO?

En estas latitudes los adolescentes se suelen provocar para atreverse y convocar a la letal Verónica pronunciando nueve veces su nombre frente a un espejo; de la misma manera los estudiantes nipones pueden llamar a la vengativa Hanako San. El púber espectro habita en los baños de los institutos, exactamente detrás de la puerta del asiento numero cuatro de los servicios higiénicos, a la espera de una visitante. Ahí permanecerá eternamente la pobre Hanako que se habría suicidado después de que el novio terminara con ella. También se puede invocarla, llamándola insistentemente para jugar y ella te ofrecerá una casaca roja. Si la aceptas, te bañara en sangre. Tal vez tu propia sangre.
Un cabello largo, negro y sedoso que bien luciría una bella modelo en cualquier comercial de shampoo caracteriza a las protagonistas de los filmes de terror. Cabellos mojados que ocultan la mirada turbulenta de Sadako (Ringu-El Aro) o hebras flotantes que se mueven malignamente y sirven a Kayako como instrumento para matar (Ju-On-La Maldición). La ancestral cultura guarda la creencia sobre el cabello y que este tiene alma propia, por eso tendría movimientos independientes, además que se alimenta de los recuerdos y por ello continua creciendo después de la muerte.

OUIJA NIPONA

Alguna vez se hizo popular la práctica de la Ouija, incluso se vendieron tableros como si se trataran de juguetes que podrían obsequiarse en las fiestas de cumpleaños. En el territorio del sol naciente también existe un juego parecido por no decir igual a la Ouija. El Kokkuri San requiere una tabla o un papel donde se graban o escriben los números de 0 a 9 de forma vertical, el alfabeto Hiragana, Hai (Si) y Iie (No) y el símbolo de los templos sintoístas (Torii). Los participantes deben poner sus dedos sobre una moneda de diez yenes y hacer la pregunta que deseen. Para que el espíritu no quede atrapado en las objetos que se utilizaron debe quemarse el papel o el tablero y gastarse los diez yenes.

DESCARADO

Los arequipeños caminamos con cierto temor por la Plaza de Armas, cuando la noche y el frío han despoblado las calles y puede ser que tropecemos con el franciscano sin cabeza que deambula por los alrededores de la Catedral. Mientras en el otro extremo del océano Pacifico vaga el Nopperabo, una persona que viste ropas sencillas y camina con la cabeza inclinada. Si alguien pasa a su lado y le saluda, el Nopperabo levanta la cabeza y te muestra una cara sin ojos, nariz, ni boca. Recibes el susto de tu vida.

Ahora usted conoce a los espantos más populares que habitan en las tierras de las geishas, el sushi y el anime. El miedo no tiene fronteras, por el contrario se adapta a los colores de cada cultura para reinventarse y escurrirse con facilidad por la medula de la gente, de esta manera, convertirse sobre la piel en maravilloso escalofrío.

martes, 29 de septiembre de 2009

LA MANO NEGRA QUE ASUSTÓ A AREQUIPA




“La he visto, detrás de la puerta del baño, una mano negra y fea como una enorme araña…” confesó la niña con voz grave y la carita tan pálida como las hojas del cuaderno que dejó abierto sobre la mesa. El profesor revisó de reojo el cajón de su escritorio, los niños se miraron asustados y la pequeña sin más que decir comenzó a llorar…

El tiempo ha borrado la fantástica y tétrica historia de la cadavérica mano que deambulaba por los baños de los colegios para asirse con fuerza sobrenatural a la frágil garganta de niños y adolescentes. Sin registros, aparentemente, en los diarios locales sobre aquellos acontecimientos que alarmaron a los arequipeños solo subsiste en la memoria de los locutores radiales los inquietos comentarios que sonaron en las emisoras aquel año de 1993.

Entonces yo no superaba el metro y medio de estatura y oía asombrado a mis racionales padres conversar con mis tíos sobre las distintas, aterradoras pero nunca confirmadas apariciones de la maligna diestra. La leyenda se esparció entre la población en forma de inofensivo rumor para asumir posteriormente la simetría del pánico.

La temible “cosa”, fantaseaban los mistianos, paseaba por entre las tumbas de la principal necrópolis de la ciudad, una sombra fugaz sobre el mármol y la hierba del cementerio de La Apacheta o se escabullía entre la basura de las torrenteras. Las leyendas sobre manos criminales amparadas por el misticismo que siempre adora la gente de nuestra región hicieron frente a la hipótesis de que eso era una niebla propiciada por el gobierno después del polémico autogolpe de estado (1992) para desviar la atención de la opinión pública.

¿A quién le pertenecía la maldita mano? Cundió la inquietud y el imaginario popular respondió: Un grupo de desalmados ladrones vieron con codicia el brillante del anillo que ostentaba una linda jovencita. Ella se resistió con uñas y gritos al asalto y los maleantes con cuchillos, enfurecidos, le cortaron la mano. De la mujer mutilada no se supo más pero la parte amputada habría cobrado vida para recuperar su sortija de compromiso.

Los profesores consentían que las alumnas fueran en parejas al baño porque no se atrevían a ir solas. En los conclaves de estudiantes se generaban más miedos: En la noche se ven cuatro brillos que son las gemas de los cuatro anillos de un brujo que murió en un accidente automovilístico donde un acero le rebano el brazo y la fuerza del golpe desprendió la joya de su quinto anillo, la que ahora busca sin importarle matar para conseguirlo.

Pero la sanguinaria mano al igual que la leyenda de la fantasmal Mónica, nació en España como parte del folclore ibérico y superó el océano atlántico para llegar a nuestro continente y en su itinerario de terror, visitar la Ciudad Blanca. En Segovia, consideraban a la mano una entidad diabólica que jugaba con sus victimas: tocaba sorpresivamente el hombro del distraído para cuando se girara arrancarle los ojos con sus largos dedos oscuros.

En 1884 apareció el cuento popular de “La Mano Negra” cuya publicación consagró la leyenda andaluza sobre un anciano pobre, sus tres desgraciadas hijas y un terrible Ogro. El colosal habitante del bosque pide como esposa a la hija mayor y a cambio promete entregarle dinero al viejo, éste acepta el deshonroso trueque. La desposada, aterrada, se va a vivir con el monstruo, quien le entrega una mano negra y le ordena comerla. En ausencia del coloso la joven arroja la horrible extremidad a un pozo y al retornar el marido le miente diciéndole haber cumplido la orden. ¿Dónde estas mano negra? Pregunta el desconfiado y las siniestras falanges trepan las paredes del pozo hasta llegar a la mesa. En castigo, por la desobediencia, el Ogro asesina a la mujer.

El mismo destino alcanzará a la segunda hija mientras la más pequeña, convertida en núbil consorte, es obligada a realizar la prueba. La muchacha ingeniosamente guarda la mano en un pañuelo y lo ata a su cintura, cubriéndolo con su ropa. ¿Dónde estas mano negra? Interroga el astuto Ogro y del interior de la niña viene una voz que responde: En la barriga.

En algunas localidades de Sudamérica y España se podía convocar a la asesina pronunciando tres veces sus nombres dentro del habitáculo de los servicios higiénicos y el remate del conjuro era jalar la cadena del baño. En medio del estrépito y la turbulencia del agua del inodoro surgía presta la intrusa con el único propósito de estrangular al imprudente.

Tres diferentes palmas con sus arácnidos dedos, así la imaginaban en otros puntos de la península a finales de los 70: una mano de muerto completamente negra, otra bañada en sangre y una mano blanca. Únicamente la última era benevolente mientras las otras compartían la urgencia de cerrar sus prolongaciones en el cuello de la infortunada persona que la llamara o tropezara con ella.

Su pariente azteca es “La Mano Peluda” que se esconde en los agujeros de los muros y rincones de las casas de México asimismo de Colombia. Una diestra cubierta de vellos de largas y filosas uñas que se asoman por las ventanas para rasguñar el vidrio y atemorizar a los infantes.

En Castilla, España, todavía persiste la costumbre de vadear con una distancia más que prudente los charcos porque creen que en las aguas enfangadas se oculta una enorme zarpa de uñas negras. El habitante de la humedad es una entidad femenina y vengativa que se ocupa de los niños curiosos para arrastrarlos hasta su morada. Si revisamos cada circunstancia, la protagonista de nuestros espantos utiliza el agua como vehículo para trasladarse, siendo a la vez su hábitat sobrenatural. Para matizarla de credibilidad y darle vigencia a la leyenda fue necesaria su adecuación, así el pozo del siglo XIX fue reemplazado por el asiento de porcelana del baño y las tres manos de diferentes colores son la alegoría de las tres hermanas del folclore andaluz.

Han pasado más de quince años y aquella grotesca pesadilla, visión o realidad que asustó a Arequipa espera latente como toda leyenda y llegará el momento de su reaparición. Alguien apuntará hacia un montículo de basura o a las piedras que sostienen una cruz de palos y gritará: La mano negra.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Debajo de la Cama




Vivo en una antigua casona de lava volcánica contenida en sillares opalinos. Vivo solo en la antiquísima e inmortal mansión de habitaciones ocupadas por muebles coloniales sin rastro de las tecnologías de este siglo. Vivo solo y con un gato que me irrita la soledad.

Una vez cada semana viene un anciano para desbrozar el jardín de las hierbas olorosas, limpiar la casa minuciosamente y especialmente, a mi pedido, exterminar a todos las inquilinas de ocho patas que se refugian detrás de las pinturas de mi ascendencia y anidan sin respeto sus larvas en las calidas páginas del Conde de Lemos.

Mi temor a las arañas es parte del legado de mi padre. No soporto su tétrica y oscura fisonomía, de estrella deforme sobre el cielo despejado de mi pared. La observo exánime cuando después de una lectura cede la imaginación al sueño y en un ramalazo de realidad aparece veloz en el suelo en busca de mi mano.

La presiente mis escalofríos cuando baja lentamente y sosteniéndose de una seda casi invisible. Apuñalándome con los brillos de sus ocho ojos.

Araña, me conmociona su maldita naturaleza, no temo el veneno letal que algunas poseen sino su endemoniada figura y su instinto cazador y caníbal.

A veces las hallaba reinando detrás de una cortina. Sorteaba su dominio y la recluía en la habitación, clausuraba las puertas de acceso hasta la llegada del exterminador. En una ocasión desbaraté una geométrica red de cabellos y moscas. Fue mi hazaña con tizón, manos enguantadas y una hora de indecisión.

Pero una noche, hace ocho noches, antes apagar la luz descubrí a la intrusa. Primero fue una sombra después una mancha, pero las sombras y las manchas no se mueven.. La intensidad del lumen deformó mi visión, guardé los pies en la cama y presioné el interruptor. No demoré en percibir un cosquilleo en la mejilla, la sugestiva caricia me inquieto y me deshice del diminuto fantasma a bofetadas.

Di con el botón de la luz artificial. El visitante aún permanecía junto al cuadro de mi padre, comprendí que no dormiría mientras cohabitará en el cuarto con el arácnido. Avancé descalzo y recogí el arma de la mesa, un voluminoso libro de Julio Verne. En esta oportunidad el espolón del Nautilus arremetería contra la tejedora Aracné. No se movió, recibió el peso con solemnidad y valentía. No me detuve a descifrar el garabato de la muerte en el forro del libro y lo abandoné en el suelo, después vino la oscuridad y el siseo por el sueño del héroe vencedor.

En la primera hora del nuevo día sonó un golpe: una puerta al cerrarse, un trueno distante, trescientas paginas en sólido contra el muro. Desperté y la primera imagen me aterrorizó, en realidad fue la segunda imagen. La primera fue una silueta estelar y al alumbrar la estancia quise gritar pero ni el grito apareció. Una descomunal araña se sostenía de la bóveda de mi habitación.

No me refiero a esas especies tropicales que llegan a los veinte centímetros de largo y poseen patas tuberosas y peludas, mandíbulas fuertes pero estériles.

La araña que veía mientras me escondía más y más debajo de las sabanas era una especie doméstica pero de dimensión monstruosa. No podía urdir una escapatoria solo la esperanza del grito y el sobresalto en la cama para respirar aliviado y sudoroso después de la pesadilla. Era mi única salvación, pero eso no ocurrió.

Permanecí expectante de aquella terrorífica constelación hasta que se movió. Mi corazón también se descolgó ante el acontecimiento. La amenaza ahora descendía por una cuerda brillante, sin prisa, pero vigilante.

Seguí hipnotizado su vientre de terciopelo, encontré la irregular marca de unión con el tórax acorazado y brillante. Sus patas de dos metros, aproximadamente, pincharon la madera del piso. Construyó con su anatomía una celda alrededor de mi cama y su cabeza de ocho guías se dirigió a mí. Con agilidad sucumbió bajo el lecho, se escondió y rozó con una de sus extremidades mi brazo, percibí su piel dura o esqueleto áspero y me desmaye hasta el amanecer.

Al despertar no me atrevía a bajar los pies en busca de los zapatos pero me convencía íntimamente que los sueños son reflejo de los miedos y se sobredimensionan por las angustias del día o las comidas abundantes. Caí sobre el suelo, convencido, habría hecho algunas flexiones o arreglado el desorden de mi mesa pero distinguí una ganzúa velluda apretando la sábana caída. El extremo descuidado del habitante de mi dormitorio me hizo correr por el pasillo hasta el umbral. Recogí algunas ropas del cuarto de lavado y escape de mi casa.

Estuve siete días en la ciudad, en la incomodidad de un cuarto de hotel, con insomnios que vencía al amanecer, sueños que duraban nada y lo poco que duraban estaban infestados de ocho patas. Me curé la aracnofobia sin conocer el remedio, fue la humillación, y al octavo día retorné a la casona para ahuyentar a la invasora. Recorrí cada habitación con la pistola que compré en mi cumpleaños anterior, nunca la había usado. Revise mi cuarto, me asomé bajo la cama y apunte la lenidad de una incipiente pelusa que desapareció con el estruendo, la bala perforó el grueso del marco de la ventana.

Abracé la almohada y dormí satisfecho. Un ruido constante se entrometía y molestaba mi descanso. Supongo que el Rigor Mortis cedió, los dedos se desplazaron un poco y el objeto que sostenía cayó sobre mí. Parpadeé con el ceño fruncido de dolor y levanté el pesado cuerpo. El libro tenía en letras doradas escrito sobre un paisaje marino: “Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino” y la palabra –Viaje- sucia con una mancha cobriza.

Subí la mirada, chisporroteaba el circuito de iluminación y cruzaban el cielo abovedado fibrosas cuerdas que componían un enigmático tejido adornado con dos bulbos de distintos tamaños. Las presas fueron momificadas y envueltas en la seda de la colosal araña. Una mano blanca aparecía en las enrevesadas telas y la otra capsula obviamente protegía las entrañas apetitosas del felino. Caí de la cama cuando intenté recoger la pistola y en la guarida oscura, bajo mi lecho y detrás de mis zapatos, brillaron ocho puntos al acecho. Dispare varias veces…

-º-º-

-¡Disparé y disparé!-. Repetía el excéntrico viejo mientras los hombres de blanco le revisaban con sus instrumentos y no podían evitar distraerse viendo el decorado de la cámara, con cuerdas que trazaban supuestas trampas arácnidas. –Estaba loco antes de que le picara la araña- comentó el viejo jardinero. No encontraron los dos puntitos carmesí pero la sintomatología era propia de un veneno corrosivo, probablemente el de una viuda negra. Deliraba envuelto en la sabana y lo sacaron del pulcro ovillo. La necrosis palpitaba sobre sus piernas, estomago y brazos: no sobreviviría. -Le disparé pero sigue viva, esta escondida ahí-. Les conmovió su perturbación, sus últimos minutos de locura. Pero aun así, nadie quiso mirar siquiera a donde apuntaban los ojos del moribundo.

lunes, 14 de septiembre de 2009

CANCIONES EN CLAVE DE MISTERIO











Con dificultad trato de apretar las cuerdas de la guitarra para formar con la gimnasia de mis dedos la clave de una nota difícil para el principiante. Suavemente desciende mi diestra como un abanico, nacen sonidos que se esparcen por la habitación y comienzo con torpeza una canción triste, una de esas canciones cuyos hacedores convencieron al llanto, la desesperación, la locura y a la misma muerte para que se conviertan en música y canto…

Todavía la encuentro en la radio, cuando algunas emisoras, entre sorteos matutinos de alimentos y detergentes la sueltan en sus dos horas dedicadas a los boleros de antaño. Se titula “Bodas Negras” y la interpretó el ecuatoriano Julio Jaramillo. Imagino una película en sepia donde una pareja, ella con su vestido estampado de flores y el con su bigote a lo Jorge Negrete, bailan lento mientras escuchan: “Sentó a su lado la osamenta fría y celebró sus bodas con la muerta…”

La necrofilia es el tema central del bolero cuya letra procede del poema del mismo nombre. El autor de los versos fue el sacerdote venezolano Carlos Borges que se aleja de las virtudes celestiales para aferrarse a la carne amada con macabro resultado: “Ató con cintas los desnudos huesos, el yerto cráneo coronó de flores, la horrible boca llenó de besos…”

En los sesenta Cesar Ichikawa en medio de dos centelleantes bailarinas gogó cantaba la historia de una chica que falleció en los brazos de su novio tras sufrir un accidente de transito. “El último beso” consolidó al grupo nuevaolero “Los Doltons”, la canción que por momentos parece una plegaria fue escrita por el norteamericano Wayne Cochran en 1962.

“Al verme lloró, me dijo amor, allá te espero donde esta el señor…”. En la víspera de la navidad de 1961 una adolescente iba a su primera fiesta junto a su enamorado y otros amigos, la densa neblina impedía ver la pista y el automóvil que iba a una velocidad imprudente se estrelló contra un camión. Wayne que vivía cerca de la carretera escuchó el impacto y al llegar al escenario de la colisión encontró a un hombre que ayudaba a retirar el cuerpo destrozado de una chica, el de Jeannette Clark, la muchacha de “Last Kiss”.

“Ella por volverlo a ver, salió a verlo al mirador, el volvió con su mujer, ella se murió de amor” escribió el poeta cubano José Martí y casi un siglo después musicalizaría el mexicano Oscar Chávez, para con sus sencillos acordes ponerla en el firmamento de la Música Latinoamericana. EL poema y canción llevan el precioso nombre de “La niña de Guatemala”.

La niña es y seguirá siendo María García Granados y conoció a Martí cuando el poeta llegó a la capital guatemalteca para ejercer la docencia, ella se enamoró de su profesor. Mas él estaba comprometido con el amor de su vida, Carmen Zayas, con la que retornaría casado posteriormente. A María se le rompe el corazón al verlos y días después fallecería de Tuberculosis o como entonces se llamaba a la enfermedad: Mal de Amores.

“Se entró de tarde en el río, la sacó muerta el doctor, dicen que murió de frío yo sé que murió de amor…” escucho mientras reflexiono que redactaré pero solo puedo pensar en José Martí acariciando el rizo que le obsequió María García Granados y la fotografía donde ella escribió: tu niña, Guatemala.

Giro la rueda de la radio y doy con una de las emisoras que se encargan de brindarnos nostalgia con los denominados “recuerditos”. Las baladas se apropian de la voluntad de taxistas, oficinistas, ambulantes, enfermeras y los hacen cantar, susurrar o silbar la melódica tristeza. Comienza José luís Perales disculpándose por sortear su habitual repertorio romántico y continúa su “Pequeño Marinero” que el cantautor dedica a un niño que pereció ahogado en el pantano de Entrepeñas en España cuando hacia navegar un velero de juguete. “Y en la playa una mujer de luto, lloraba por la vida que no dio fruto…”

En septiembre de 1996 falleció la cantante de cumbia, Miriam Alejandra Bianchi o Gilda. Un camión arrolló el bus en el que viajaba y junto a la interprete de “No me arrepiento de este amor” murieron su madre e hija. Sobre el asfalto quedó el cassette con los temas del siguiente disco. La letra de “No es mi despedida” fue arreglada por Gilda el día anterior del accidente para asemejarlo a un presentimiento de la tragedia: “Quisiera no decir adiós, pero debo marcharme, no llores por favor no llores, porque vas a matarme…” Desde entonces y a diario visitan la tumba de Gilda en el cementerio de Chacarita en Argentina para pedirle milagros a la que bautizaron como la santa de la música tropical.

Cada vez que oía “Caraluna” me animaba su estribillo radiante “Mientras siga viendo tu cara en la cara de la luna, mientras siga escuchando tu voz…” luego supe que el ex Bacilos, Jorge Villamizar, había escarbado en su corazón hasta profanar un recuerdo y escribir aquello que por su cadencia nos confunde. “Tu huella el mar se la llevó, pero la luna sigue ahí, pero esa luna es mi condena…” Le inspiró su novia que se ahogó en la mar de una playa ecuatoriana.

Un hombre asesina a su mujer sin más motivo que los celos. En prisión, arrepentido y loco, cada noche baila sólo pero dice danzar con su esposa. La historia la relataron los reclusos al cantautor Víctor Heredia durante sus recitales por las cárceles argentinas, así surgió la idea de componer “Bailando con tu sombra” o “Alelí”. Con la metálica tensión de las seis cuerdas estremece oírle a Heredia: “Ya sabrá el infierno como hacer para aceptar, que baile en mi celda con tu sombra sin parar…”

El salsero Tito Nieves evoca a su hijo, muerto por el cáncer a los huesos, en la canción “Fabricando Fantasías”. Beto Cuevas le regala “Mas allá” a la fan que se suicidó por temor a nunca conocer al entonces vocalista de “La Ley”. Antes de los Fabulosos Cadillacs, Vicentico, con diecisiete años elaboró “Basta de llamarme así” al haber visto morir a su hermana Tamara por sobredosis...

Voy a la caza de más canciones con esqueletos, telarañas y brumas entre las líneas de sus pentagramas, para leer los armónicos epitafios, romper la podrida madera de sus misterios y ver a los habitantes de esos féretros sonoros. Yo recorro el último arpegio, mis dedos están resentidos y amoratados, el sonido aún permanece en el aire, confuso, ingrávido e inasible como un fantasma.

lunes, 9 de marzo de 2009

UNO, 2, SON TR3S P3RR0S



Advertencia: El siguiente texto contiene palabras que pueden afectar la susceptibilidad del lector.
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Después de tantos veranos se reunieron para endulzar esa noche con las vivencias de años anteriores. Tragar los recuerdos felices y los otros con el ardiente tropel de un Caballo Viejo mezclado con una gaseosa Sprite y tiernos cigarros que caían bien aquel sábado lluvioso, frió y jodidamente desabrigado.
Los tres perros deambularon con sus pelambres sucias por las Calles Fruta Podrida, Avenida Verdura Reventada y Pasaje Basura de Ayer, buscando que comer y olfateando las esquinas meadas, sin instinto, como perros domésticos recién emancipados. En el segundo nivel de una pollería-restaurante, resolvieron comprar tres cuartos de pollo con papas, para llevar.
El perro uno y el perro dos, a los que denominaré Pipo y Fido, se conocieron de cachorros pero tan pequeños e inofensivos que a ambos un mismo sueño les mordió rabiosamente el corazón. Les aplasto los rabos duramente el mismo palo, la misma hembra, pensaba sabiamente el tercer perro al que denominaré Lino.
Estuvieron ladrando en un cuarto desprovisto de todo, solo había una cocina industrial, un balón de gas y un balde de pintura sin pintura ingeniosamente puesto de cabeza que sirvieron de incómodos sillones desde los cuales cada can filosofaba.
Entonces y cuando escribo “Entonces” me refiero a cuando Pipo y Fido estaban hermanados por la complicidad y la lealtad y eso significaba que Fido ayudaría a Pipo a conseguir compañera para aullar las noches de luna y lamer hocico tiernamente para siempre, siempre. Pero la mengana veía a Pipo como a un perrito de techo, con collar, ladrido menguado y pelo espulgado cada domingo. La zutana conoció casualmente a Fido de quien pensó: perro sarnoso, trota mundo, por su oreja rota de antiquísimo combate en callejón por una perra, por un hueso, por lo que fuera. Le encanto.
“…Llora, llora corazón, llora si tienes porque, que no es delito en el hombre llorar por una mujer…” cantaba a Carmencita Lara el pecho lanoso de Lino escuchando a sus amigos y recordando su perra vida y a esa perrita tan soberbia “…y se burlaba de ti…cuantas veces quería…” en jauría le venían los momentos, definitivamente rabioso se le antojo una luna en la pared para llorar y estrechar las arterias y conseguir esa peculiar voz “olvídala amigo, no debes recordarla, mejor sería olvidarla y así será mejor…” acompañaba Pipo pero hubiera preferido, desde su espinoso centro, cantar: “…ahí va, ahí va, allá se va la loca…”
-¡Salud!- y se golpearon los tres vasos de plástico para vincular simbólicamente, en el ritual media nochero los síntomas y pensamientos de cada uno en el dialogo sincero sobre el amor y las fulanas que muerden sentimientos como panes secos. Metieron las fauces en las bolsas y comieron alita, pechuga y pierna como verdaderos animales, devoraron las papas aceitosas, previamente mojadas en mayonesa. –Lino, guárdate comida para cuando fumemos, te va a dar hambre- recomendó Pipo sorbiendo tuétano.
El triste Lino los vio venir, para jugar faltaban ellos, todas las tardes corrían tras los neumáticos de las combis y hacia puntos quien se acercaba más a la rueda delantera y conseguía con ladridos enojar al cobrador hasta que le dijera:
-Perro de mierda-
Cuanta dicha. Pero siendo la atmósfera cotidiana de bromas y secretos, los camaradas venían por la vereda como dos perros de manadas distintas que coincidieron en la calle. -¿Qué paso?- Fido miraba a otro lado y Pipo moría muy adentro.
-A ella le gusta este huevón- ladró Pipo y se acabó el mundo.
Regresaron de la noche con otra botella que recordaba un diciembre con ánimo navideño, por los restos de comida que dejaría la cena y la fraternidad a prueba de todo. Debajo de la nube que expiró Lino se observaba a los amigos separados por perrunas circunstancias y devueltos por Cupido y Baco para verse como antes y ladrar cada uno, su verdad, sin cojudeces.
-Sin cojudeces, eras mi pata, me equivoque- sopló Fido con los recuerdos en blanco y negro. Acechando a la perrita que estaba muy buena, sintiendo su corazón de perra en celo, su sangre en celo, su alma en celo, su mirada en celo y sin saber que hacer. Porque Fido no era más que el reflejo de Pipo. La misma inexperiencia, un chiste karmico de nuestro universo, en distinto envase o en distinta canina pelambre.
Fido prometió no buscarla, pero estaba ahí, olfateando su aroma, buscando su elástica figura y con ganas de ella, con brío de puma y estrategias amorosas que alguna vez compartió con Pipo. ¿Y Pipo? Acechando al amigo desleal como en el mejor episodio de una serie del recontra espionaje. Pero hasta Lino hubiera hecho lo mismo y hasta el mismo Pipo habría sido un judas con los demás, cualquiera habría sorteado la amistad sin remordimientos.
Bufaron de otras cosas, estornudaron chistes que solo sabían descifrar ellos, consecuentemente, reír solamente ellos. Hubo ceños y carcajadas, libros recomendados, polémica religiosa, consejos para el amor e historias que tanto tiempo querían contar y ahora, confesaban los animales, cautelosos primero y derrochadores después.
Aquella reunión concito volver a la cofradía y cada uno narró su primer beso, se disfrutaron los silencios con el dulce licor acariciando la lengua, los tres besos ocurrieron tiempo después de lo que se acordó en el convenio perruno de la vida y las experiencias. Con retraso se sintió más el beso porque existían los requisitos para saborear eternamente cada silaba de la palabra beso. Transportarse en saliva a la región del placer que se asemeja mucho a disfrutar el hueso más sabroso de la tierra en un parque sin gente que joda.
El beso de Pipo, fue beso guiado por su compañera, beso dominante con luminiscencias de victoria y dedos abrazados que duró más y menos de lo que esperaba. El beso de Fido fue beso sin manos, en automático, repitiendo lo que hacia ella y avergonzado por el evidente deseo que no sucumbió sino hasta llegar a casa. El beso de Lino golpeo dientes y conoció una boca pequeña, hábil y dulce, se propasó con caricias que redireccionó la besada y terminó en una línea cariñosa en la mejilla. –Salud por eso, carajo- aullaron los canes.
Volvieron de la madrugada con otra botella, años atrás dejaron aquella maldita e ingenua felonía, cerca de ocho horas de nicotina y destilado de almas, contaron los sucesos con derecho de replica, protesta y ya paso. Jamás te hubiera convidado restos de comida si ella te hacia caso, ni buenos días, ni como estas, pensó Pipo. La fulana que un día se volvió gata se metió entre las piernas de la gente y desapareció una tarde, como vino, cautelosamente. Y ambos la volvieron historia. Pipo solo pensaba en su nuevo amor, radiante, primer amor de humo blanco, recontra blanco y te beso a cada rato por que le debo besos a la vida.
Amanece y agita sus pétreas alas la ciudad, como paloma después de la lluvia y la gente comienza a caminar sin ver a los perros trasnochados que apuntan sus narices frías al domingo más anaranjado que un lunes indeseable. Pipo se frota las manos y relame el dulce de su anécdota pegada a sus carrillos. Su relato de pasiones excesivas con resultados excesivos e incredulidad por todas partes.
La noche de hembras sin hembras terminó con un guau guau que no parecía un adiós, sino un hasta pronto y con trago. Cada perro tomo una vereda distinta y con las cabezas colgando como hombres idos, con las manos en los bolsillos se dirigieron a quien sabe donde. Atrás dejaron fantasmas durmiendo la resaca y colillas retorcidas en el piso.
Alguien esa mañana escuchó un llorar de cauchos, de la combi salió una cabeza que tenía sobre la bufanda y bajo la gorra dos ojos turbios. -Perro huevonazo- farfulló como Dark Vader el conductor en contra del perro huevonazo que paso sin fijarse en los grises oscuros y claros porque nunca aprendió a mirar el semáforo. El cuadrúpedo mareado ladró algo parecido a un rotundo: ¡calla concha tu madre!

jueves, 15 de enero de 2009

Cantazul

Debajo de un lago espejeante
Sumocontrito y dunuano
Serpea con habiles manorumores
La agilbella sueñomusa
Lacilea, brumaniza, zariza
Su hidrosonrisa con la luna
Sus cabellos fitoselenizados
Recogen gimios y elvanios
Se ubmunda pero antes
Huricanta y sitaoe,
Sitaoe…Mirarbesos