lunes, 9 de marzo de 2009

UNO, 2, SON TR3S P3RR0S



Advertencia: El siguiente texto contiene palabras que pueden afectar la susceptibilidad del lector.
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Después de tantos veranos se reunieron para endulzar esa noche con las vivencias de años anteriores. Tragar los recuerdos felices y los otros con el ardiente tropel de un Caballo Viejo mezclado con una gaseosa Sprite y tiernos cigarros que caían bien aquel sábado lluvioso, frió y jodidamente desabrigado.
Los tres perros deambularon con sus pelambres sucias por las Calles Fruta Podrida, Avenida Verdura Reventada y Pasaje Basura de Ayer, buscando que comer y olfateando las esquinas meadas, sin instinto, como perros domésticos recién emancipados. En el segundo nivel de una pollería-restaurante, resolvieron comprar tres cuartos de pollo con papas, para llevar.
El perro uno y el perro dos, a los que denominaré Pipo y Fido, se conocieron de cachorros pero tan pequeños e inofensivos que a ambos un mismo sueño les mordió rabiosamente el corazón. Les aplasto los rabos duramente el mismo palo, la misma hembra, pensaba sabiamente el tercer perro al que denominaré Lino.
Estuvieron ladrando en un cuarto desprovisto de todo, solo había una cocina industrial, un balón de gas y un balde de pintura sin pintura ingeniosamente puesto de cabeza que sirvieron de incómodos sillones desde los cuales cada can filosofaba.
Entonces y cuando escribo “Entonces” me refiero a cuando Pipo y Fido estaban hermanados por la complicidad y la lealtad y eso significaba que Fido ayudaría a Pipo a conseguir compañera para aullar las noches de luna y lamer hocico tiernamente para siempre, siempre. Pero la mengana veía a Pipo como a un perrito de techo, con collar, ladrido menguado y pelo espulgado cada domingo. La zutana conoció casualmente a Fido de quien pensó: perro sarnoso, trota mundo, por su oreja rota de antiquísimo combate en callejón por una perra, por un hueso, por lo que fuera. Le encanto.
“…Llora, llora corazón, llora si tienes porque, que no es delito en el hombre llorar por una mujer…” cantaba a Carmencita Lara el pecho lanoso de Lino escuchando a sus amigos y recordando su perra vida y a esa perrita tan soberbia “…y se burlaba de ti…cuantas veces quería…” en jauría le venían los momentos, definitivamente rabioso se le antojo una luna en la pared para llorar y estrechar las arterias y conseguir esa peculiar voz “olvídala amigo, no debes recordarla, mejor sería olvidarla y así será mejor…” acompañaba Pipo pero hubiera preferido, desde su espinoso centro, cantar: “…ahí va, ahí va, allá se va la loca…”
-¡Salud!- y se golpearon los tres vasos de plástico para vincular simbólicamente, en el ritual media nochero los síntomas y pensamientos de cada uno en el dialogo sincero sobre el amor y las fulanas que muerden sentimientos como panes secos. Metieron las fauces en las bolsas y comieron alita, pechuga y pierna como verdaderos animales, devoraron las papas aceitosas, previamente mojadas en mayonesa. –Lino, guárdate comida para cuando fumemos, te va a dar hambre- recomendó Pipo sorbiendo tuétano.
El triste Lino los vio venir, para jugar faltaban ellos, todas las tardes corrían tras los neumáticos de las combis y hacia puntos quien se acercaba más a la rueda delantera y conseguía con ladridos enojar al cobrador hasta que le dijera:
-Perro de mierda-
Cuanta dicha. Pero siendo la atmósfera cotidiana de bromas y secretos, los camaradas venían por la vereda como dos perros de manadas distintas que coincidieron en la calle. -¿Qué paso?- Fido miraba a otro lado y Pipo moría muy adentro.
-A ella le gusta este huevón- ladró Pipo y se acabó el mundo.
Regresaron de la noche con otra botella que recordaba un diciembre con ánimo navideño, por los restos de comida que dejaría la cena y la fraternidad a prueba de todo. Debajo de la nube que expiró Lino se observaba a los amigos separados por perrunas circunstancias y devueltos por Cupido y Baco para verse como antes y ladrar cada uno, su verdad, sin cojudeces.
-Sin cojudeces, eras mi pata, me equivoque- sopló Fido con los recuerdos en blanco y negro. Acechando a la perrita que estaba muy buena, sintiendo su corazón de perra en celo, su sangre en celo, su alma en celo, su mirada en celo y sin saber que hacer. Porque Fido no era más que el reflejo de Pipo. La misma inexperiencia, un chiste karmico de nuestro universo, en distinto envase o en distinta canina pelambre.
Fido prometió no buscarla, pero estaba ahí, olfateando su aroma, buscando su elástica figura y con ganas de ella, con brío de puma y estrategias amorosas que alguna vez compartió con Pipo. ¿Y Pipo? Acechando al amigo desleal como en el mejor episodio de una serie del recontra espionaje. Pero hasta Lino hubiera hecho lo mismo y hasta el mismo Pipo habría sido un judas con los demás, cualquiera habría sorteado la amistad sin remordimientos.
Bufaron de otras cosas, estornudaron chistes que solo sabían descifrar ellos, consecuentemente, reír solamente ellos. Hubo ceños y carcajadas, libros recomendados, polémica religiosa, consejos para el amor e historias que tanto tiempo querían contar y ahora, confesaban los animales, cautelosos primero y derrochadores después.
Aquella reunión concito volver a la cofradía y cada uno narró su primer beso, se disfrutaron los silencios con el dulce licor acariciando la lengua, los tres besos ocurrieron tiempo después de lo que se acordó en el convenio perruno de la vida y las experiencias. Con retraso se sintió más el beso porque existían los requisitos para saborear eternamente cada silaba de la palabra beso. Transportarse en saliva a la región del placer que se asemeja mucho a disfrutar el hueso más sabroso de la tierra en un parque sin gente que joda.
El beso de Pipo, fue beso guiado por su compañera, beso dominante con luminiscencias de victoria y dedos abrazados que duró más y menos de lo que esperaba. El beso de Fido fue beso sin manos, en automático, repitiendo lo que hacia ella y avergonzado por el evidente deseo que no sucumbió sino hasta llegar a casa. El beso de Lino golpeo dientes y conoció una boca pequeña, hábil y dulce, se propasó con caricias que redireccionó la besada y terminó en una línea cariñosa en la mejilla. –Salud por eso, carajo- aullaron los canes.
Volvieron de la madrugada con otra botella, años atrás dejaron aquella maldita e ingenua felonía, cerca de ocho horas de nicotina y destilado de almas, contaron los sucesos con derecho de replica, protesta y ya paso. Jamás te hubiera convidado restos de comida si ella te hacia caso, ni buenos días, ni como estas, pensó Pipo. La fulana que un día se volvió gata se metió entre las piernas de la gente y desapareció una tarde, como vino, cautelosamente. Y ambos la volvieron historia. Pipo solo pensaba en su nuevo amor, radiante, primer amor de humo blanco, recontra blanco y te beso a cada rato por que le debo besos a la vida.
Amanece y agita sus pétreas alas la ciudad, como paloma después de la lluvia y la gente comienza a caminar sin ver a los perros trasnochados que apuntan sus narices frías al domingo más anaranjado que un lunes indeseable. Pipo se frota las manos y relame el dulce de su anécdota pegada a sus carrillos. Su relato de pasiones excesivas con resultados excesivos e incredulidad por todas partes.
La noche de hembras sin hembras terminó con un guau guau que no parecía un adiós, sino un hasta pronto y con trago. Cada perro tomo una vereda distinta y con las cabezas colgando como hombres idos, con las manos en los bolsillos se dirigieron a quien sabe donde. Atrás dejaron fantasmas durmiendo la resaca y colillas retorcidas en el piso.
Alguien esa mañana escuchó un llorar de cauchos, de la combi salió una cabeza que tenía sobre la bufanda y bajo la gorra dos ojos turbios. -Perro huevonazo- farfulló como Dark Vader el conductor en contra del perro huevonazo que paso sin fijarse en los grises oscuros y claros porque nunca aprendió a mirar el semáforo. El cuadrúpedo mareado ladró algo parecido a un rotundo: ¡calla concha tu madre!