sábado, 12 de abril de 2008

Luna

A tropel escribo estos párrafos. La luna en el cenit de la noche emana el encanto que me transforma en la criatura, el licántropo, el hombre-lobo.

Escribo porque sé que esta noche moriré y deseo contarte como empezó mi tragedia y como he decidido darle fin.

En la incansable búsqueda de libros prohibidos que hice en mi juventud encontré un sinnúmero de volúmenes, tratados de hechicería e incunables que aseguraban transformar el mercurio en oro. Ninguno me importó tanto como el Necronomicón, el libro de los muertos, oí de él en los conciliábulos secretos de viejos aspirantes a la eternidad, alquimistas y orates. Con deseos de poseerlo arriesgue la poca fortuna que poseía en interminables viajes hasta que la casualidad llevo a mis manos una hoja del Necronomicón.
La búsqueda acabo con mi juventud, le dedique diez años a la empresa y después pasaba los días con sus noches observando los caracteres impresos en el papel, ocupaba mi tiempo observando los espeluznantes dibujos que formaban los conjuros que ansiaba pronunciar.

Inicie una nueva búsqueda, encontrar a la persona que sea capaz de descifrar la pagina del libro de los muertos. Le halle al cabo de un año, un misántropo de dedos largos y rostro huraño. El dinero no importaba, acepte su precio. Espere las semanas convenidas con impaciencia, sufriendo infernales pesadillas que ahora comprendo, eran avisos, advertencias para no continuar.
Me entrego los papeles y no hice caso a su miedo que sudaba y temblaba y ansioso regrese a mi casa, asegure la cerradura de la puerta principal y me encerré en la habitación dedicada a mi excentrica vocacion. Pensaba que tenía conmigo el más valioso de los tesoros.

Puse el manuscrito bajo la flama temblona de la vela. Acerque la cabeza y leí con susurros el texto. Asaltado por la excitación creí escuchar el aullido distante de un perro.

Leia un sortilegio no podria ser otra cosa, " Acerca tu corazón al borde de este abismo/ Mira el lago donde son ahogados los desesperanzados/ Es un lago de sangre en donde cada noche reposa la luna su pálido reflejo/ donde las estrellas lloran su propia muerte / y los lobos acercan sus hocicos a la orilla para beber de el, sedientos"

Un fantasma o la misma muerte me miraba sobre el hombro, agazapada, porque al pronunciar la ultima palabra del hechizo, la que selló el conjuro, sentí un aliento helado pasar por mi cuello y una mano de uñas largas golpeo la mesa con furia. Asustado volteé para verle y el intruso sopló la flama y me dejo en la penumbra. Espere sentado en un rincón del cuarto a que llegara el alba.

Desde esa noche perdí la voluntad y enferme. Me veía en el espejo y encontraba el rostro de un moribundo: los párpados hinchados, los labios secos, la piel cadavérica y mis cabellos ya no eran negros sino grises. No tenía hambre para los alimentos que me daban ni sed para el agua o el vino. Sufría de interminables fiebres que me colmaban las noches de pesadillas y despertaba abatido.

A la medianoche del segundo mes de haber sido victimado por el terror, después de hundirme en mi sillón, perdí la mirada en el cielo constelado, en las nubes que se hacían jirones en el contorno de la luna y cuando el último rizo nebuloso desapareció, un rayo lunar cayó sobre mi, fulminante. No pude resistir la fuerza que transmitía, la energía que surtia y grité. No, no grite, un aullido fue el que partió de mi boca y lleno el espacio y fue correspondido por el lamento similar de los perros.

Salte, rompí el cristal de la ventana y a una velocidad impresionante burle un carruaje en desuso que estorbaba en la calle y me sumergí en la obscuridad del callejón, el olfato me guiaba, percibía el olor de la sangre. El instinto me dominaba, destrocé el enrejado, entonces vi que no eran mis manos sino las garras de una fiera. Con ellas hice astillas la puerta, andaba agazapado y bufaba, al ver centellear mis pupilas en el metal pulido comprendi porque retrocedió y trató de correr pero sus piernas se tropezaron con el taburete. El olor de su sangre me hacia salivar, escuchaba su corazón y los ruegos de su voz cascada. Arranque de cuajo un pedazo de su cuello y luego otro; me dirige al vientre y hurgué sus entrañas, hambriento. Al saciar mi apetito bebí la sangre que se encharcó en el piso.

Creerás que me he vuelto loco. Que finalmente mis extrañas aficiones por lo oculto y los enigmas del mundo me han hecho perder la razón. Ojalá fuera así. Cada noche de luna pierdo el control de mis actos, me transformo en el animal, salvaje, infernal e invencible. Maldigo mi destino, los periódicos dieron cuenta de la terrible muerte de dos hombres y una mujer. Soy yo el asesino.

He pensado matarme para acabar a la vez con la bestia pero con el boquete de la pistola en la sien no pude presionar el gatillo. En realidad "Eso" esta a mi lado todas las horas del día pero solo las noches de plenilunio ejerce completo dominio y me utiliza para satisfacer su abominable apetencia. Te escribo y el lo sabe, esta aquí, conmigo.

Pero esta noche moriré y pondré fin a mi tormento, estoy seguro, acabara la pesadilla y tu serás el testimonio de lo que he vivido y sufrido.
El rayo de luna entra a la habitación, me busca, ondea las cortinas y acaricia mi mano, aún tengo tiempo. Acabas de llegar, tocas la puerta. Debes saber que nadie puede detener la maldición solamente se libra de ella trasfiriendola. Esta noche serás tu el que herede mi condena. Te haré leer el conjuro, aducire que es un poema que redacte, seré libre y podre morir. Terminar con la vida es mejor a continuar existiendo así, matando y despertando en un lodazal con el sabor metálico de la sangre en la boca.

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El enajenado cerro el sobre que contenia la carta y la metió bajo la tapa de su novela favorita. Aspiro con efusión el cigarrillo, lanzo una bocanada de humo celeste que se disperso en el aire y salio de la habitación para recibir al amigo que le visitaba.

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